El 33 aniversario de la Constitución española
es un buen motivo para reflexionar sobre su estado de salud. El diagnóstico es
pesimista. Hay artículos que no se cumplen, como el 35 sobre el deber y el
derecho a un trabajo digno o el 20 sobre el derecho a “comunicar o recibir
información veraz”, ya que la mayoría de los medios, en poder del dinero,
manipulan la realidad. Otros artículos deberían ser modificados pues
distorsionan la convivencia democrática, como el 16, apartado 3, que vulnera la
neutralidad del Estado respecto a la
Iglesia católica o el título 8 referente al estado de las
autonomías. También el Senado y la ley electoral necesitan reciclarse.
Pero donde el incumplimiento
resulta clamoroso es en el artículo 1, que define a España como un Estado
social y democrático de Derecho. La explicación es que para que un Estado se
pueda considerar como tal, ha de partir de la consideración de que los aspectos
económicos condicionan el ejercicio de los derechos civiles y políticos. Si el
Estado quiere ser verdaderamente un Estado de Derecho y democrático, no tiene
más remedio que ser también social y renegar del laissez faire e intervenir en la economía. Primero para garantizar
los derechos sociales y económicos, sin los cuales los derechos políticos y
civiles serían para la gran mayoría de los ciudadanos letra muerta. Segundo,
para establecer un contrapeso al poder económico, de manera que éste no pueda
manipular a su antojo el juego democrático y garantizar así, aunque sea
mínimamente, la objetividad del propio Estado. En una palabra, el Estado ha de
intervenir activamente en el juego económico para reequilibrar la distribución
de la riqueza y de la renta, y garantizar no sólo los derechos civiles y
políticos, sino también los económicos. Esto hoy no se cumple.
Gijón, 6-12-2011
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