La reforma laboral que planea el
Gobierno del PP no solo no va a producir más empleo, porque éste depende de
otros factores macroeconómicos que son más determinantes, sino que supone el
mayor retroceso en las conquistas sociales tan trabajosamente logradas por
nuestros antepasados. Esta medida coloca al trabajador en una situación de
precariedad que le impide cualquier planteamiento reivindicativo; busca, por
tanto, aumentar los beneficios empresariales ya que permite al empresario
utilizar la fuerza laboral como considere más conveniente. Se alcanza así el
objetivo más codiciado del sistema neoliberal: la desregulación del mercado
laboral, es decir, la eliminación de la normativa legal que a lo largo de la
historia se ha ido acumulando para proteger la parte más débil, la mano de
obra.
El mercado de trabajo no puede
juzgarse con los mismos parámetros que cualquier otro mercado, puesto que el
objeto de la contratación no es una mercancía más, sino el propio trabajador.
Tampoco las partes se encuentran en idéntica situación. El trabajador parte de
una posición de inferioridad, ya que la alternativa posible a la de vender su
fuerza de trabajo es la de morirse de hambre, de ahí la necesidad de la
regulación laboral. Las consecuencias de tales reformas alcanzan no solo a la
equidad, al abandonar al trabajador a la mayor inseguridad, sino que impiden la
integración de éste en la empresa y, al decir de muchos economistas, es una de
las causas del estancamiento del consumo y, por tanto, el mayor obstáculo a la
recuperación de la economía.
La reforma laboral camina en
sentido opuesto a los horizontes de civilización y progreso. Es un intento de
retorno a las fórmulas liberales más puras del ‘laissez faire’.
Gijón, 22-2-2012
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