Parece que a los españoles nos
gusta meternos en todos los charcos. Bastó el anuncio de la abdicación del rey
Juan Carlos I para resucitar la vieja polémica entre monarquía o república. En
mi opinión, hay dos razones de peso que demuestran el error de tal debate (aparte
de los efectos negativos que produce la propia crispación): en la actual
circunstancia histórica resulta más bien baladí. En este sentido, no hay ningún
paralelismo con el momento histórico que se daba en el año 1931, cuando se
estableció la II República ,
ya que lo que se jugaba entonces era la elección entre un régimen
semidictatorial, representado por Alfonso XIII y otro democrático, representado
por la República.
Ahora no se da esa circunstancia. El otro argumento que
desaconseja la polémica es que distrae de los verdaderos problemas del país,
para provecho de los realmente beneficiarios de la actual situación: los que
detentan el poder económico y los políticos que les sirven.
El verdadero reto al que nos
enfrentamos es la democratización de los partidos políticos que, al representar
deficientemente a los ciudadanos, hace que la democracia quede prácticamente
invalidada. Y ello pasa por elevar la cultura y los valores democráticos. La
naturaleza del problema queda bien recogida en la siguiente frase de un
ciudadano que hago mía: “El que siembra vientos recoge tempestades. La
tempestad que ahora nos asola es la consecuencia de 30 años de vientos de
desprecio a la educación y a la cultura, del ensalzamiento del pelotazo y el
enriquecimiento fácil, de la ausencia de una pedagogía que refuerce los valores
democráticos.” Como se puede apreciar, nada que ver con la jefatura del Estado.
Gijón, 13-6-2014
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