miércoles, 20 de agosto de 2014

La necesidad de recuperar a Rousseau




El hombre nació libre y sin embargo, en todas partes se halla encadenado. Así comienza El contrato social, la obra más conocida de Rousseau. Este contrato tiene por objetivo romper las cadenas que limitan al ser humano y devolverle la libertad. Habida cuenta que la manifestación más evidente con que se muestra la realidad social en la que vivimos responde a esa constatación de Rousseau, resulta importante conocer su filosofía para verificar si, tal como él plantea, es útil para lograr la ansiada libertad.
La solución que propone pasa por establecer la convivencia humana según el modelo político democrático. Pero la idea que tiene Rousseau de la democracia no se corresponde con la actual, de ahí, dado la crisis que padece ésta, el interés por este autor.

Jean-Jacques Rousseau nació en Ginebra en 1712 y murió en Ermonville (Francia) en 1778

El hombre en el estado de naturaleza
Ginebrino de nacimiento, Rousseau siempre se sintió un extraño en su país de adopción, Francia. Quizá se pueda encontrar en ese desarraigo el motivo de su crítica radical a la vida civil de su época y la formulación de su hipótesis del hombre en el estado de naturaleza, un concepto teórico que utilizó para analizar la realidad social. Así, descubre, buscando en el interior de su propio ser, la verdadera esencia humana y encuentra que ésta es buena: el hombre es originariamente íntegro, biológicamente sano y moralmente recto. La maldad, la corrupción y la injusticia que se perciben por doquier son producto de la trayectoria que, de forma fortuita, siguió la historia humana. Es, pues, la civilización, la propia sociedad las que hicieron malvado al hombre.
Concretamente, el proceso  hacia la degradación comienza, según Rousseau, con la aparición de la propiedad privada a la que siguen las desigualdades que generan los conflictos entre los hombres. Invierte, pues, la idea de Hobbes, según la cual el hombre es un lobo para el hombre. En versión rousseauniana el hombre no es, por sí mismo, un lobo para los demás hombres, sino que se convierte en tal con el paso de la historia. En definitiva, se puede decir que, al comparar al hombre tal como era con el hombre tal como es, al hombre obra de la naturaleza con el hombre hecho por el hombre, Rousseau pretende estimular a la humanidad para que realice un cambio saludable.
De la naturaleza a la sociedad civil. El contrato social. La voluntad general
Consecuentemente, Rousseau propone, no regresar al estado primitivo, a la vida salvaje, harto difícil además de no deseable, sino refundar la sociedad mediante un nuevo contrato social. Según este original contrato cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, y nosotros recibimos corporativamente a cada miembro como parte indivisible del todo.  Aparece aquí el concepto más original de la teoría política de Rousseau: ‘la voluntad general’. Consiste ésta en lo que de común hay en los intereses particulares de los hombres, y la manera de materializarla es a través del acuerdo entre esos intereses privados, lo que obligará, lógicamente, a un debate permanente de ideas en busca de las más verdaderas. La voluntad general se convierte en depositaria de la soberanía popular. El soberano es el pueblo, constituido en asamblea y movido por dicha voluntad general. Ésta tiene como meta la búsqueda del interés común de todos los miembros de la sociedad. Se establece así el fundamento para construir la sociedad justa, civilizada y pacífica, donde los hombres podrán vivir felices. ¿Cómo se configura la voluntad general? Rousseau lo explica con estas palabras:
Creo poder establecer como principio indiscutible que sólo la voluntad general puede dirigir las fuerzas del Estado según el fin de su institución que es el bien común; en efecto, si para que apareciesen las sociedades civilizadas, fue preciso el choque entre los intereses particulares, el acuerdo entre éstos es el que las hace posibles. El vínculo social es consecuencia de lo que hay de común entre estos intereses divergentes, y si no hubiese ningún elemento en el que coinciden todos los intereses, la sociedad no podría existir. Ahora bien, puesto que la voluntad siempre tiende hacia el bien del ser que quiere y la voluntad particular siempre tiene por objeto el bien privado, mientras que la voluntad general se propone el interés común, de ello se deduce que sólo esta última es, o debe ser, el verdadero motor del cuerpo social. 


‘La libertad guiando al pueblo’ de Delacroix. Rousseau inspiró a los revolucionarios franceses en su lucha para derrocar al Antiguo Régimen

Fe en el ser humano. La educación
En este sistema el hombre ocupa un lugar central. Rousseau tiene una visión optimista del ser humano. Cree que mediante una educación adecuada puede comportarse de forma virtuosa. De ahí que dedique dos de sus libros al tema: la Nueva Eloisa y, sobre todo, el Emilio. Divide el proceso educativo en tres etapas. La primera dura hasta los 12 años y debe centrarse en desarrollar los sentidos del niño mediante el movimiento, el juego y el domino del propio cuerpo. Desde los 12 hasta los15 años plantea una educación intelectual, orientando la atención del muchacho hacia las ciencias, pero a través del contacto directo con las cosas con el fin de que se capten las regularidades de la naturaleza y, por tanto, su necesidad. Desde los 15 hasta los 22 años la atención debe centrarse en la dimensión moral, en el amor al prójimo, en la necesidad de compadecerse del sufrimiento de los demás y esforzarse por aliviarlo en el sentido de la justicia y, por tanto, en la dimensión social, con la que comienza el ingreso efectivo en el mundo de los deberes sociales. En definitiva, el objetivo de la educación ha de ser formar ciudadanos capaces de someter las pasiones al control de la razón e integrarlos al mundo de la política, pues para Rousseau todo depende radicalmente de ésta.

Una ética supeditada a la política
Retoma, pues, Rousseau el concepto griego del hombre como animal político, pasando la política a ser la actividad humana más importante a la que se supedita la ética. Consecuentemente, se trata, en palabras de Rousseau, de la entrega total de cada individuo, con todos sus derechos, a toda la comunidad, dando lugar a un cuerpo moral y colectivo que extrae su unidad de ese mismo acto, igual que su “yo” común, su vida y su voluntad. Esta realidad, que surge de la renuncia de cada uno a sus propios intereses a favor de la colectividad, es lo que constituye la voluntad general donde reside la soberanía popular. Es un pacto, dice Rousseau, que los hombres establecen no con Dios o con un jefe, sino entre sí en libertad plena y perfecta igualdad. Cuando cada ciudadano nada es y nada puede si no es a través de todos los demás y cuando la fuerza adquirida por el todo es igual o superior a la suma de las fuerzas naturales de todos los individuos, cabe decir que la legislación ha alcanzado el máximo grado de perfección.
 Para Rousseau, en la sociedad del pacto social, la libertad y la igualdad no entran en conflicto. Ello se debe a que la igualdad es necesaria para la libertad. La ausencia de independencia personal significa una pérdida de libertad y esta independencia requiere igualdad. Por otro lado, considera Rousseau que nuestra naturaleza humana sólo se realiza en la sociedad política del pacto social, al cambiar la libertad natural por la libertad moral. Así, dice: La libertad moral (es) la única que hace al hombre auténticamente dueño de sí; porque el impulso del simple apetito es esclavitud y la obediencia a la ley que uno ha prescrito es libertad.
En definitiva, se puede decir que con Rousseau se pasa de una concepción heterónoma del poder a otra autónoma, donde el gobierno no viene impuesto desde el exterior, sino que es autogobierno, en el que los ciudadanos se dan sus propias leyes. Se trata no ya de una igualdad ante el poder, sino de igualdad en el ejercicio del poder. Una socialización del poder.
Un cambio de tal magnitud solo se puede realizar mediante una gran revolución, una ruptura radical con lo existente. Pero este cambio lo encuentra Rousseau, como queda dicho, en el retorno a la naturaleza humana, una senda que llevará al hombre a buscar la racionalidad en su interior, a recuperar la voz de su conciencia, a encontrar la bondad y la virtud que hay en su corazón. Sólo desde estos presupuestos se podrá transformar una sociedad en la que el hombre vive fuera de sí y condicionado moralmente por la opinión de los demás.
El concepto de la religión en Rousseau
Tomando también como referencia el estado natural del hombre, Rousseau aborda el tema de la religión. Así, ésta ha de estar en consonancia, por un lado con la voz de la conciencia del hombre, cribada por la razón, y por otro ha de garantizar la convivencia en el marco de la voluntad general y el bien común. En definitiva, la religión tiene que traducir estas necesidades y fortalecerlas mediante una estrecha vinculación con la vida política.
Partiendo de estos supuestos, Rousseau distingue entre una religión del hombre y una religión del ciudadano. Por lo que se refiere a la primera, Rousseau cree en Dios y en la inmortalidad del alma. En el primero porque es la única explicación del movimiento de la materia, del orden y de la finalidad del universo, en la segunda por la imposibilidad de que el malvado triunfe sobre el bueno: Una contradicción tan manifiesta, una divergencia tan estridente en la armonía del universo, me llevarían a reflexionar que no todo acaba en esta vida para nosotros, sino que a través de la muerte se llega a un orden.
Más allá de estas creencias, Rousseau se muestra muy crítico con el cristianismo al que acusa de ser una de las causas de la corrupción de la vida social, porque, al ser una religión por completo espiritual, separa al hombre de las cosas de la tierra, mostrándose muy favorable a la tiranía, por lo que ésta siempre se ha aprovechado de él. Para Rousseau el Estado, y no la Iglesia, es el único órgano de salvación individual y colectiva, porque es el lugar privilegiado del ejercicio integral de las potencialidades humanas. Precisamente la religión del ciudadano busca consagrar este concepto. Para lograrlo, el soberano –que para Rousseau es el pueblo- establece los artículos, no como dogmas religiosos sino como sentimientos de sociabilidad que harán de los hombres buenos ciudadanos y súbditos fieles.

Rousseau en su retiro de Montmorency, residencia de su protectora, madame de Epinay. Allí, el filósofo escribió una buena parte de su obra Emilio, en la cual expone sus ideas pedagógicas.


Rousseau y el método cartesiano
Ayuda a comprender el pensamiento de Rousseau la manera en que remeda el método cartesiano:
Teniendo en mí como única filosofía el amor a la verdad, y como único método, una regla fácil y simple que me dispensa de la vana sutileza de los argumentos, basándome en dicha regla vuelvo a examinar los conocimientos que me interesan, decidido a admitir como evidentes a todos aquellos a los que -en la sinceridad de mi corazón- no pueda rehusar mi asentimiento, y como verdaderos a todos aquellos conocimientos que me parezcan tener un vínculo necesario con los primeros, dejando todos los demás en la incertidumbre, sin rechazarlos ni aceptarlos, y sin tomarme el trabajo de aclararlos, cuando no conduzcan a algo útil en la práctica.
Repercusiones del pensamiento de Rousseau
Las repercusiones de su revolucionario pensamiento fueron numerosas: de mano, produjo el enfrentamiento de Rousseau con los demás ilustrados (colaborador en sus inicios en la elaboración de la Encyclopédie francesa, acabó apartándose del proyecto). Les criticaba porque consideraba que las ciencias, las artes y las letras que ellos defendían estaban fundamentadas en supuestos falsos, en una negación de la riqueza del hombre que se podía percibir en los pueblos primitivos y que él sentía que estaba viva en su interior. No deja, sin embargo, de ser Rousseau un ilustrado porque considera la razón como el instrumento privilegiado para superar los males en los que el hombre se ha visto arrojado después de siglos de extravío. De hecho fue enarbolado como bandera por los revolucionarios franceses en su lucha para derrocar al Antiguo Régimen (Robespierre era un ferviente rousseauniano).
La defensa que hizo Rousseau de la libertad y de la dignidad humana y su esfuerzo en crear un marco político que permitiera su realización influyeron en gran medida en el pensamiento de Kant, que llegó a saludar al ginebrino como “el Newton del mundo moral”. Por otra parte, su crítica feroz a la sociedad capitalista como fuente de todos los males del ser humano le alinea en una corriente de pensamiento que desemboca en el comunismo de Marx, de quien a menudo se le considera predecesor. Y quizá no les falte razón a los que así piensan, pues su exigencia de que los ciudadanos tengan que ponerse incondicionalmente a disposición de la comunidad, incluso por la fuerza, es propio de regímenes totalitarios.
         Dicho esto, Rousseau tiene otra lectura más favorable que puede resultar útil en los tiempos actuales. A la democracia liberal actualmente existente, se puede oponer el modelo democrático republicano que contiene bastantes de los conceptos de Rousseau. Así, al individualismo exacerbado, propio de las actuales democracias que proponen la libertad negativa -libertad para que cada uno pueda perseguir sus intereses particulares sin interferencias-, y en donde el Estado juega un papel mínimo -el Estado gendarme-, se puede oponer otro sistema en el que el Estado asuma un mayor protagonismo -el de regulador de los mercados y redistribuidor de las riquezas- y en donde se establezca la libertad positiva -libertad para que el ciudadano participe en los asuntos públicos, para lo que se necesita la intervención del Estado-. Este último modelo toma como suyas muchas de las ideas de Rousseau porque exige bastantes dosis de renuncia a los propios intereses a favor de la comunidad, al mismo tiempo que preserva la libertad individual. También necesita ciudadanos politizados, es decir, comprometidos con la política (frente a los despolitizados de hoy). Se evitaría en parte la corrupción política generalizada como consecuencia de que los políticos actúan sin control.
 Finalmente, por poner un ejemplo de cómo se podría aplicar hoy el concepto de la voluntad general, me referiré a las relaciones laborales en las empresas: Es evidente que los intereses particulares de los empresarios y de los trabajadores son divergentes. Los primeros buscan el beneficio, mientras que los segundos pretenden trabajar menos y ganar más. De ahí surge el conflicto. La aplicación del criterio de la voluntad general obligaría a un diálogo permanente entre trabajadores (sindicatos) y empresarios en busca del equilibrio y de los intereses comunes. Si esto no se da en la actualidad -las relaciones son habitualmente conflictivas-, es porque el ciudadano actual carece de esta visión rousseauniana de la vida.
Conclusión
A modo de conclusión, creo que si completamos la filosofía de Rousseau con el conocimiento acumulado por las experiencias vividas por la humanidad en los siglos posteriores al autor comentado, algunas de ellas muy dramáticas, estaremos en condiciones de organizar la convivencia según un modelo democrático que resulta ser lo mejor a lo que el hombre puede aspirar a día de hoy.


(Trabajo de Filosofía de Grado. Tercer curso de la UNED)

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