martes, 19 de agosto de 2014

El espantajo de Aznar

Enarbola el jefe de la oposición, Rajoy, el espantajo de Aznar a modo de pendón o estandarte para aglutinar en torno a él a la derecha española con la esperanza de recuperar el poder perdido. Lo hace en una acción mimética o paralela a lo que significó el trágico atentado del 11-M para el PSOE:
Porque tiene razón Rajoy al decir que el PSOE ganó las elecciones del 14-M gracias al 11-M y no le faltan razones para pensar que lo que significa Aznar (la aznaridad) le resulta beneficioso cara a sus pretensiones de volver al Gobierno.
Pero la interpretación que hace Rajoy de ambos hechos, 11-M y aznaridad, es, una vez más, tergiversadora o manipuladora de la realidad. El 11-M favoreció al PSOE porque una porción importante (decisiva) de la sociedad española se percató de la disparatada política que siguió Aznar respecto a la guerra de Irak. No bastaron a ese sector de la población las manifestaciones multitudinarias del ‘no a la guerra’, ni siquiera las miles de víctimas inocentes iraquíes (llamados eufemísticamente efectos colaterales por aquello de salvar las apariencias de cara a la ciudadanía bienpensante) para percatarse de la acción asesina emprendida por Bush, que, como es bien sabido, con el pretexto de combatir al terrorismo, buscaba en realidad hacerse con la riqueza petrolífera de aquella tierra. Tampoco la actitud servil y vergonzosa de Aznar haciendo de correveidile del emperador americano hizo recapacitar a muchos españoles. Tubo que ocurrir el terrorífico atentado de Atocha para que a miles de ciudadanos se les cayese la venda de los ojos y viesen reflejada en las docenas de cadáveres destrozados de sus conciudadanos, las trágicas consecuencias de una política alocada. Ésa es la verdadera interpretación de los hechos de aquellos dramáticos cuatro días. Ésa y las  cínicas mentiras del Gobierno de entonces para ocultar hasta después de las elecciones la cruel realidad. Una realidad que a todas luces les perjudicaba electoralmente, como así ocurrió.
Respecto a los pretendidos beneficios que la agitación del pendón aznariano puede suponer con vistas a la recuperación del poder por parte del PP se basa en que, efectivamente, Aznar aglutina a la derecha española. Una derecha nada despreciable como pusieron en evidencia los más de 9 millones de votos en las elecciones del 14-M. Este hecho podría parecer normal: Aznar, el líder nato que arrastra a un importante sector de la sociedad. Pero no lo es. No, al menos desde una perspectiva democrática. La explicación está dada, en cierto modo, en las reflexiones anteriores. ¿Cómo es posible que ante un acto de barbarie inaudita como fue la guerra de Irak, llevada a cabo con mentiras tan groseras como evidentes, pasándose por el forro el derecho internacional y a la ONU y cuyo fin era, no acabar con el terrorismo (éste se multiplicó por cien) sino hacerse con el petróleo de la zona y, de paso, reflotar la maltrecha economía de muchas empresas americanas (como Halliburton, por citar una), ante este acto, repito, millones de españoles hayan preferido mirar para otro lado y dieran su voto a Aznar y lo que éste representaba? La explicación parece evidente: este fenómeno pone en evidencia que el franquismo sigue vivo. Tienen, pues, razón los que afirman que la verdadera transición a la democracia está pendiente. Hemos accedido a una democracia formal, (de formas y representaciones), pero no a la real (con el pueblo, un pueblo ilustrado y adulto como verdadero protagonista de la vida pública).
Los síntomas son fácilmente perceptibles a poco que se observe a nuestro alrededor. La sociedad española vive ajena a la política, está despolitizada. Hay un divorcio evidente entre los partidos políticos, sindicatos e instituciones y el pueblo. La ideología neoliberal con su marcado individualismo, su concepción darwiniana de la vida (el sistema competitivo, la ley del más fuerte) opera para mantener y acrecentar la ideología franquista. Nada de política; ésta es mala cosa; acciones, hechos; eso es lo que cuenta, etcétera. Esta ideología está en la base del franquismo que, como se sabe, suprimió los partidos políticos y dio el poder a los fuertes (a los de siempre, a los detentadores de los bienes).
Aznar representa a Franco en versión democrática (adaptado a los tiempos actuales). No suprimió a los partidos pero los ninguneó. No persiguió, mató o encarceló a los ciudadanos, pero los despreció e insultó. Desprestigió la política y contribuyó a que la población la mirase como algo inútil o negativo. Su mensaje político va encaminado a resaltar los hechos, las acciones (había un problema y ya está solucionado), frente al diálogo o la componenda política que desprecia.
Finalmente, el régimen aznariano necesitaba recuperar un código moral o ético distinto al democrático que se ajustase a sus necesidades. Necesitaba una escala de valores apropiada a su política, y la encontró: la Iglesia Católica iba a repetir los inestimables servicios que prestó al franquismo cuando actuó como coartada moral para tantos crímenes, al tiempo que enajenaba a millones de españoles, apartándolos de la vida pública y llevándolos a las iglesias. A rezar.

                                                             Gijón, 2005

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