La teologización de la filosofíañ
La deriva del pensamiento
filosófico en su tránsito por el helenismo desde la filosofía de la Grecia clásica hasta la
mística religiosa y la divinidad trascendente de la Europa medieval se agudiza
en la última fase del periodo helenista.
La conmoción sociopolítica que
se produjo en el mundo conocido, producida a raíz de las conquistas de
Alejandro Magno y el posterior dominio de Roma, que acabó por consolidar su
imperio en el siglo I a. C., hizo que la filosofía se centrase en el individuo,
de tal manera que le procurase la salvación en esta vida mediante el goce
moderado de los placeres que ésta proporciona, la imperturbabilidad ante sus
avatares o el escepticismo ante el carácter indeterminado y cambiante de las
cosas, según las distintas corrientes del pensamiento de la época.
Pero con el tiempo, la
influencia de las religiones populares y los cultos mistéricos de Oriente va
contaminando el pensamiento filosófico que poco a poco se vuelve teológico.
Este cambio se produjo también a partir de las corrientes más espiritualistas
de la filosofía clásica y presocrática, tales como el mundo de las Ideas de
Platón y su demiurgo, divino hacedor del mundo sensible; el misticismo
pitagórico, heredero a su vez de la religión órfica con su concepto del alma
inmortal humana y las fuerzas o poderes, más o menos trascendentes de los
presocráticos, como el Uno de Parménides o el nous de Anaxágoras.
Divinidades intermedias
El principio originario o Arjé, que los primitivos filósofos
buscaban como explicación del mundo, va tomando la forma de una divinidad
trascendente y creadora, identificada con el Bien y el poder absoluto y origen
de todo lo que existe. Mas un problema se les planteaba a los filósofos de la
época: ¿cómo un dios que era la encarnación del bien absoluto podía crear una
naturaleza corrompida, el mundo material? Para resolverlo, recurren a la
intermediación de las divinidades que, siendo también espirituales y perfectas,
pertenecen, no obstante, a un rango inferior al Ser inefable. Son estos poderes
intermedios los que, como si de un demiurgo platónico se tratara, dan forma al
mundo material a modo de imagen de las Ideas perfectas, a la vez que solucionan
el problema clásico del paso de lo Uno a lo múltiple.
La búsqueda de la felicidad en el más allá
Siguen manteniendo los filósofos
del helenismo tardío una comprensión práctica de la filosofía, de manera que
buscan en ella alcanzar la felicidad personal, pero, a diferencia de las otras
corrientes, ponen sus ojos en el más allá, es decir, confían alcanzar la
felicidad después de la muerte, al integrarse de nuevo en el mundo perfecto de
las Ideas, siempre y cuando hayan llevado una vida virtuosa y austera.
Filón de Alejandría
Filón de Alejandría encarna en
su persona y en su doctrina la unión de la filosofía clásica y la religión
bíblica hebrea. Alejandrino y judío de la diáspora, vivió en el siglo primero
de nuestra era en Alejandría, que por aquél entonces se había convertido en el
centro cultural del mundo, sustituyendo así la primacía de Atenas.
Filón identificó al Dios bíblico
con el ser verdadero del que había hablado Platón y con el ser ontológico de
Aristóteles. El problema que se le plantea es cómo reconciliar las naturalezas
de las dos representaciones de Dios, la religiosa y la filosófica, ya que,
desde el punto de vista de la primera, se trata de un ser personal con
atributos personales, mientras que desde la segunda perspectiva se concibe de
forma impersonal, como verdadero ser. Filón lo soluciona situando entre el Dios
trascendente, al que atribuye una esencia irracional, y la realidad material
una instancia mediadora que llama logos,
expresión de la actividad intelectiva del Dios Uno, al que se debe la creación
del mundo.
Ahora bien, de acuerdo con las
enseñanzas bíblicas, Dios en un principio estaba sólo, por lo que se deduce que
las Ideas tuvieron que tener un principio, es decir, tuvieron que ser creadas
por Dios. Éste es un punto de vista que tendrá enorme influencia en el pensamiento
posterior.
Plotino
Plotino representa quizás el
eslabón más claro entre la filosofía de la Grecia clásica y la teología de la Europa medieval. Vivió en
Alejandría en el siglo tercero de nuestra era. Definido como neoplatónico
místico, realiza una nueva fundamentación de la metafísica clásica, inspirada
más en la filosofía pitagórica y platónica que en la aristotélica.
Siguiendo la estela de Platón,
trata de crear una “ciudad de filósofos”, pero no para lograr un estado
políticamente justo, sino a la manera de un monasterio pagano que permitiese a
sus habitantes desligarse del cuerpo y unirse a la divinidad. Se queda, pues,
con la componente más espiritual y religiosa de Platón y trata de reconciliar
dos aspectos contradictorios de la filosofía de éste: el que establece que la
unión con el cuerpo es un mal para el alma y el que afirma que el demiurgo
engendró al mundo sensible “como un dios feliz”. Su sistema de pensamiento
busca, por un lado, explicar la clásica relación entre unidad y multiplicidad
y, por otro, facilitar la compresión de la filosofía como saber de salvación.
La preocupación ética, predominante en el Helenismo, adopta en Plotino una
forma mística y religiosa.
Tesis de las que parte Plotino
Plotino defiende un dualismo
ontológico: distingue entre el ser inteligible o incorpóreo y el sensible o
corpóreo, pero a su vez pretende superar este dualismo con la presencia de un
único principio supremo, a partir del cual resuelve el problema de la
existencia del Uno y lo múltiple. El primer principio, entendido platónicamente
como Bien y como Uno, se produce a sí mismo y el acto de su autoproducción es
producción de todas las demás cosas.
El ámbito de lo producido
reproduce el dualismo entre lo corpóreo y lo incorpóreo, estando este último
jerarquizado mediante lo que Plotino denomina las tres hipóstasis: En (Uno), Nous (Inteligencia, Espíritu), y Psyche (Alma). Las tres hipóstasis están relacionadas entre sí
mediante un proceso de emanación por el que la segunda (el Nous) deriva de la primera (el Uno) y la tercera (el Alma) de la
segunda (el Nous).
Plotino encuentra en los tres
entes inteligibles dos tipos de actividad: la intrínseca y consustancial del ente
y la que se deriva de él y se dirige a su entorno. Lo explica con una metáfora:
una cosa es el calor inmanente del fuego, y otra el calor liberado por él. Al
final de esta cadena sucesoria está la materia que, incapaz de volverse sobre
sí misma para contemplar su alma, carece de capacidad creadora.
El comportamiento ético que ha
de procurar el hombre lo centra Plotino en la posibilidad que tiene éste de
desligarse del mundo externo, adentrarse en su interior y tomar posesión de su
verdadero yo, que es su alma. El hombre alcanzará entonces la felicidad en esta
unión estática con lo divino.
Lo inmaterial. Las tres hipóstasis de Plotino
La doctrina central de Plotino
es su teoría de la existencia de tres hipóstasis o realidades primordiales: el
Uno, el Nous y el Alma. En realidad,
el principio básico es siempre el Uno, mientras que las otras dos hipóstasis y
el resto de realidades son derivadas.
El Uno de la teoría de Plotino
es inefable, ya que es la unidad, lo más grande, hasta el punto que a veces lo
denomina el propio autor como Dios, único, infinito. El Uno es fundamento y
principio absoluto de la realidad pues todo ente es tal en virtud de la unidad,
de forma que si ésta se destruyera, la cosa misma dejaría de ser.
Los entes físicos reciben esta
unidad del Alma, en tanto que su actividad es plasmadora, formadora y
coordinadora y, en esta medida, causa y fundamento de la unidad del mundo
físico. Que el Alma introduzca la unidad en el mundo físico no quiere decir que
coincida con la unidad, pues ella, a su vez, la recibe del Nous.
El Nous implica un grado superior a la unidad del Alma, pero tampoco
es en sí mismo la unidad, puesto que implica multiplicidad: la dualidad del
pensante y pensado y la multiplicidad de ideas, es decir, la totalidad
(múltiple) de la realidad inteligible. De ahí que tenga que haber algo,
sostiene Plotino de lo que el Nous
reciba la unidad, a saber, del Uno en sí, que es radicalmente simple, la
primera hipóstasis, principio absoluto que no conoce principio. Dado que todas
las cosas son una unidad mezclada, debe haber un Uno puro.
“Por así decirlo”, el Uno es
energía creadora de sí mismo y su actividad es autoproductora. Es causa se sí
mismo y amor de sí mismo.
La siguiente realidad o
hipóstasis es el Nous. Procede del Uno,
pero no a voluntad de éste porque lo Uno es tan perfecto que no puede tener
voluntad. El Uno actúa como objeto de visión y el Nous o Inteligencia como sujeto: la Inteligencia es
hipóstasis autoconstitutiva, no es materia o potencia pasiva o receptiva, sino
activa: llevada por su deseo se detiene, se vuelve a su progenitor y es ella
misma la que se ve. Esta visión es Inteligencia. Lo visto es lo Uno, pero no
tal y como lo Uno es, sino como la Inteligencia es capaz de verlo: no como Uno, sino
pluralizado en un universo de formas (ideas platónicas). La tragedia de la Inteligencia consiste
en desear constantemente al Uno en su simplicidad, pero cuando este deseo se
satisface y lo contempla, en esa misma contemplación lo pluraliza en la
multiplicidad de las ideas platónicas.
Simplificando, el Uno al ser
contemplado por la
Inteligencia , ha devenido plural y múltiple y constituye el
mundo platónico de las ideas. Plotino acepta la idea aristotélica de que el
Nous es pensamiento que se piensa a sí mismo, pero no le atribuye la máxima
perfección o fin último que le atribuía Aristóteles. Finalmente, afirma que el
Nous es verdadero, inmutable, eterno, energía y acto puro.
La tercera realidad o hipóstasis
es el Alma, la cual tiene doble naturaleza. En un extremo está ligada al Nous,
en virtud de lo cual pertenece al mundo superior o reino trascendente. En el
otro extremo se asocia con mundo de los sentidos del cual es creadora, de tal
manera que da a los cuerpos vida y movimiento, incluido el Kosmos. El Alma es fuerza unificante: gracias a ella el cosmos
físico no se resuelve en una multiplicidad disonante de cosas entre las que reina
el odio y el enfrentamiento, sino que se ordena en una armonía cósmica.
Si el Uno para pensar debe
devenir en Inteligencia, para generar y gobernar todas las cosas del mundo
sensible deberá devenir Alma. Inspirándose una vez más en Platón, Plotino afirma
que el mundo está formado por los cuatro elementos, pero es el Alma la que
proporciona la forma y ésta a su vez recibe la potencia de dar vida a las cosas
de la Inteligencia
a la manera que el arte da a las almas de los artistas las razones necesarias
para su acción.
Llegamos así a los límites de la
verdadera realidad, pues la realidad divina y sustancial finaliza con el Alma.
A partir de ese momento entramos en el reino de las tinieblas y de la imágenes,
dado que toda cosa que recibe sustancia de otra no puede existir separadamente
de ésta y es, dice Plotino, “como su imagen”. El Alma constituye el momento
extremo en el proceso de expansión de la infinita potencia del Uno: una
hipóstasis cosmológica que coincide con el momento en el que lo incorpóreo genera
lo corpóreo, manifestándose en la dimensión de lo sensible: se trata, por
tanto, del último dios, la última de las realidades inteligibles y, en
consecuencia, es la realidad que combina con lo sensible. El Alma está entre
dos mundos, es anfibia.
Finalmente, en este terreno
intermedio se encuentran los seres humanos, pues el verdadero yo del hombre es
su alma. Nos encontramos así ante la finalidad práctica de las reflexiones de
Plotino. Puesto que el hombre pertenece por su cuerpo al mundo material y ya no
es Nous (aunque en otro momento lo fue), desea regresar a su verdadero hogar.
La materia
La materia es agotamiento total
y privación extrema de la potencia del Uno. La materia es como tiniebla que
nace al esfumarse en sus últimos límites la luminosidad irradiada por una
hoguera. Es privación total, límite extremo, pura negatividad.
Preguntarse por el surgimiento
de la materia significa, para Plotino, preguntar por qué puede haber
multiplicidad al lado del Uno: ¿por qué el Uno no persevera en su soledad?
Platón había respondido apelando a la infinita bondad del demiurgo: quería que
todo llegase a ser lo más semejante posible a él mismo. Plotino acepta esta
explicación, pero, dado que resulta incomprensible respecto del Uno, sólo puede
entenderse desde la perspectiva de las cosas sensibles y recurre a la imagen
del centro que, ocupado por el Bien, irradia todas las cosas, correspondiendo
las más cercanas a las cosas intangibles (las ideas) y las más alejadas a las
cosas sensibles (la materia).
La materia no es hipóstasis,
carece de fuerza para volverse y contemplar a su generador; es sombra que
aguarda pasivamente lo que la causa activa quiera causar en ella. Es el Alma
quien ordena e in-forma a la materia. Ésta no se detiene a contemplar al Alma,
sino que el Alma, tras generarla, la contempla y la estructura. Proyecta en
ella, como en un espejo, su propio logoi.
Estas dificultades vuelven a
reproducirse en la determinación del hombre, pues, aunque éste es, sobre todo,
alma, también tiene un componente material.
El hombre
Plotino habla de tres hombres en
uno (en realidad se refiere a tres potencias del alma humana). El primer hombre
es el alma considerada en su unión con la Inteligencia-hipóstasis ;
el segundo hombre es el alma en tanto que capaz de pensamiento discursivo
(intermedio entre lo sensible y lo inteligible); el tercer hombre es el alma en
cuanto que vivifica el cuerpo terrenal.
En principio, nuestra alma
estaba asociada con el Alma universal. Conocía, por tanto, los logoi que están en la Inteligencia y, a
través de ella, al Bien mismo. Disfrutaba de un estado de dicha y felicidad
perfecto. Pero, ¿por qué ha descendido a los cuerpos? En principio por las
mismas leyes de la procesión, pues si el Alma universal debe emanar toda su
potencia deberá entonces producir a través del Alma del cosmos el universo en
general y, a través de las almas particulares, todos los vivientes particulares
(entre los cuales se encuentra el hombre). Desde este punto de vista, la
explicación del descenso de las almas a los cuerpos vendría dada por la
infinita potencia del Uno. Por tanto, el descenso no es voluntario, no depende
ni de una elección ni de una deliberación del alma misma.
Plotino se muestra
contradictorio respecto a la posible culpa en que haya podido incurrir el alma
humana. Por un lado, considera que está libre de culpa, pues el descenso no es
voluntario, como se vio más arriba. Pero por otro, Plotino habla de una doble
culpa del alma: la primera, el propio descenso que conduce al alma a poseer la
materia. El castigo por tal delito lo recibe al perder las alas. La segunda
especie de culpa es la que nace cuando el alma se olvida de sí misma, de su
origen y se somete a las exigencias del cuerpo: es el gran mal del alma, pues
le lleva a olvidarse del dios, con la consiguiente paralización de los niveles
superiores.
Finalmente, el alma individual
es hermana del Alma universal. También es anfibia, está entre los dos extremos
de la realidad: mira hacia lo alto y hacia lo más bajo; lo segundo, como
movimiento instintivo y fatal, lo primero, gracias a un acto de libertad que es
a la vez acto de liberación. Ahora bien, por libertad no hay que entender libre
albedrío, pues ser libre, dentro de la lógica del discurso plotiniano, es
realizar el propio destino, encontrarse con uno mismo y reencontrarse con el
Absoluto.
La posibilidad de retornar al Uno
Hay en el alma humana una
tensión de retorno al Uno, es decir, el alma aspira a alcanzar lo que
verdaderamente es ella misma. Pero no es suficiente con esta vaga aspiración,
es necesaria una actividad intelectual que reconozca lo que es el Uno y lo
discrimine de lo que no lo es. Alcanzar al Uno es privilegio de unos pocos: místicos,
amantes y filósofos, pues estos son los hombres que aspiran a lo inmaterial y a
liberarse de lo sensible.
El filósofo necesita seguir un
guión que le llevará a instruirse en matemáticas, a perfeccionarse en las
virtudes y a convertirse en un dialéctico consumado, pues el retorno al Uno se
verifica dialécticamente.
Mediante la dialéctica se pasa
de lo sensible a lo inteligible en una primera fase y, en la segunda, se eleva
hasta alcanzar el final del viaje, la asimilación e identificación con lo
divino. Para ello es necesario la purificación y la contemplación, pues por
este medio el alma consigue llegar a ser lo que en verdad es: reflejo exacto y
fiel de la Razón
Universal. De ahí la necesidad de fomentar el nivel
intelectivo y dejar inoperantes los niveles más bajos.
Plotino cree posible abandonar
lo sensible y lo material en vida del hombre. Se trata de un rasgo común en la
filosofía helenística que desaparecerá en la filosofía cristiana: la felicidad,
fin último del hombre, debe ser posible en esta vida. La unión con la divinidad
es algo natural que se conquista sin la necesidad de una gracia especial por
parte de la divinidad, como sucederá posteriormente en la mística cristiana. No
obstante, hay que distinguir entre la experiencia mística (que es una breve
fase) de la unión definitiva con la divinidad (que será eterna y sólo acontece
tras la muerte).
La filosofía de Plotino se
resuelve finalmente en una ascética y en una mística. Una resolución que tendrá
gran influencia en la posterior filosofía cristiana de la
Edad Media.
Curso: 1º de Filosofía de Grado
Uned. Gijón
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