Llama la atención el
extraordinario despliegue mediático que ha originado la muerte del Papa. Son
muchos los factores que, en mi opinión, explican el fenómeno. A la indudable
influencia histórica que tuvo su largo pontificado (fue un puntal clave en la
derrota del comunismo), se unen otros aspectos igualmente determinantes, que,
al no formar parte de discurso políticamente correcto, pasan casi
desapercibidos.
Uno de ellos, quizá el de mayor
peso, es que el Papa era un “hombre del sistema”, es decir, estaba alineado con
los valores más conservadores que dominan actualmente en el mundo. Así, asumió
como doctrina oficial de la
Iglesia católica la ideología de las sectas más reaccionarias
de la misma (Opus Dei, Legionarios de Cristo,
Kikos, etc.), al mismo tiempo que persiguió hasta la marginación a los
movimientos religiosos más socialmente avanzados y comprometidos con los
pobres: la teología de la liberación o los Teólogos de la Asociación Juan
XXII, entre otros.
El lema en que basó su acción:
“no tengáis miedo”, está en línea con el “sin complejos” aznariano y viene a
significar que las ideas propias, por muy disparatadas y falsas que resulten,
han de ser defendidas de forma agresiva contra quienes no las comparten.
Creo que no hace falta relatar
la lista de los posicionamientos y preceptos morales que defendió, histórica y
racionalmente desfasados, pues son de sobra conocidos. Comentar únicamente dos
hechos definidores de su política: su testimonial e hipócrita condena a la
guerra de Irak (condenó la guerra pero no a sus promotores, descalificando, por
contra, públicamente a Zapatero que se opuso a la guerra), y el perdón que
pidió al mundo por los atropellos de la Iglesia a lo largo de la historia, el cual
resulta igualmente tramposo por incompleto. No sólo no pidió perdón por el
apoyo culpable de la Iglesia
a la sublevación fascista de nuestra Guerra Civil y posterior represión, sino
que canonizó a miles de víctimas del bando ganador sin ningún pudor (sin
complejos).
Gijón,
4-04-2005
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