La muerte del Papa ha
trascendido el ámbito meramente religioso para convertirse en un acontecimiento
mediático y político de primera magnitud. Si la cobertura mediática del hecho
alcanzó niveles hasta ahora nunca vistos, la unánime actitud de los hombres más
poderosos de la Tierra
rindiendo honores al difunto convierten el evento en objeto de atención y
análisis preferente.
Por eso llama la atención que
algunos medios hayan recogido prácticamente sólo alabanzas del finado y no se
hayan hecho eco de las durísimas críticas que desde diversos sectores han
condenado este largo papado. A modo de muestra, cito algunos de los críticos
aludidos: teólogos, como Leonardo Boff, Hans Küng, Tamayo o Miret Magdalena;
filósofos, como Savater; escritores, como Juan José Millás, Juan Arias o
Vicente Verdún, politólogos como Vidal-Beneyto, Josep Ramoneda, Puente Ojea, y
un largo etcétera.
Críticas de tal envergadura como
la condena que Juan Pablo II hizo de la Ilustración a la que atribuyó ser el origen principal
de los males actuales del hombre. Ha llegado a afirmar que fue desde que la
humanidad se identificó con el principio de Descartes del “Pienso, luego
existo”, es decir, desde que el hombre pensó por su cuenta, cuando la
civilización se desvió del camino correcto. Este Papa ha abortado la necesaria
línea de diálogo abierta por el Concilio Vaticano II entre fe y razón, es
decir, entre una Iglesia perdida en el pasado más oscuro de los tiempos y la
modernidad democrática.
Es evidente que con esta falta
de imparcialidad en la información se hace un flaco favor al entendimiento y a
la convivencia.
Gijón, 16-4-2005
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