Aznar se
despide de sus amigos. Se despidió de su partido, el PP, que siempre le
consideró su líder carismático; de sus amigos estadounidenses que le
condecoraron y aplaudieron con entusiasmo; y, hace unos días, del Papa que le
recibió en audiencia privada (la cuarta en cuatro años, creo). De todas las
despedidas, ésta última podría parecer sorprendente. Lo digo porque están aún
recientes las fechas en que el Papa se sumó al clamor popular que, en todo el
mundo, pedía que no se llevase a cabo la guerra preventiva contra Irak. La manifestaciones
estaban más que justificadas, porque, si hay que evitar por todos los medios
cualquier guerra (todos los muertos en ellas son inocentes), en ésta se intuía
lo que luego quedó sobradamente demostrado: no hacía falta prevenir nada porque
ni había armas que nos amenazasen, ni el régimen iraquí colaboró con el
terrorismo internacional (lo que sí había era lo que hay ahora: intereses
económicos en juego).
Es por todo
ello por lo que, desde una perspectiva de ética y coherencia elementales,
resulta sorprendente la visita de Aznar al Vaticano, ya que, como se sabe
(recuerden la foto de las Azores), fueron Bush, Blair y Aznar los promotores de
esta guerra, en contra del criterio de la ONU y de la mayoría de los países de la UE. No pido que hubiese una
condena pública del Papa por su conducta (acto totalmente inimaginable), pero
pienso que bien podría el Vaticano haber evitado tal encuentro, aunque sólo
fuese para disimular.
Gijón, 25-1-2004
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