Resulta obvio que una sociedad
justa no se logra con individuos movidos exclusivamente por su interés privado,
como pide el sistema económico neoliberal, sino con individuos dotados de
virtud y valores cívicos. Lo cual supone admitir que los ciudadanos no actúan
únicamente por motivos egoístas, sino que es posible el desarrollo de disposiciones
cívicas en un marco institucional y normativo adecuado.
Ese marco lo ofrece la tradición
republicana que enlaza con las actuales propuestas de establecer la democracia
participativa o deliberativa. La democracia republicana se puede definir como
una entidad política constituida por sus instituciones y leyes, y mantenida
sobre las decisiones conjuntas de sus ciudadanos.
Rasgos permanentes del
republicanismo son el énfasis en la deliberación de los ciudadanos y la
preocupación por el control del poder, así como la búsqueda de mecanismos para
evitar la concentración y permanencia del poder en unas pocas manos y para
garantizar la capacidad de los ciudadanos de hacerse oír y pedir cuentas a sus
gobernantes.
La participación en la república
democrática debe reunir la triple condición de ser reflexiva, crítica y
deliberativa. No es devoción ciega, adhesión incondicional ni emoción tribal.
El ciudadano republicano ha de atender a la vida pública, cuidando de
informarse, mantener distancia crítica frente a los poderes y establecer
acuerdos que hacen posible la república justa y estable a través de una
deliberación abierta en condiciones de libertad y equidad.
En definitiva, si queremos
realmente construir una ciudadanía activa, debemos salir de la vía neoliberal
por la que circulamos y que nos conduce al abismo, y enfilar por la senda de la
tradición republicana.
Gijón, 28-5-2013
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