La boda de los
príncipes fue, como no podía ser menos, todo un acontecimiento nacional. Es por
ello que han corrido ríos de tinta comentando la efemérides. La mayoría
discurrió por los cauces del cotilleo, como tampoco podía ser menos, (las
llamadas revistas del corazón están a rebosar), siendo menor el número de los
que la analizaron con alguna seriedad. De estos, sólo unos pocos se manifiestan
críticos con la boda. Entre ellos está mi carta.
Son muchos los
que consideran que este enlace favorece a la monarquía española y ello es bueno
porque proporciona, dicen, estabilidad al sistema. El argumento es válido, si
se contempla la estabilidad como opuesto al caos y al desorden. Pero el término
tiene más lecturas. Una de ellas es la que identifica estabilidad con
inmovilismo (es lo que caracterizó, por ejemplo, al régimen franquista). Si
bien es verdad que son muchos los que están satisfechos con el actual sistema
neoliberal (conformes, por tanto, con la teoría del final de la historia que
postula dicha ideología), existe un número creciente de ciudadanos
insatisfechos que creemos que es inadmisible que unos pocos acaparen la riqueza
del mundo, mientras la mayoría queda excluida.
Desde esta
perspectiva la monarquía es una institución a sustituir por un sistema más
progresista que facilite el cambio. Me refiero a la República. Si bien,
no es éste el momento preciso (se necesita antes cambiar la mentalidad de la
gente), sí es un objetivo a tener en cuenta a medio o largo plazo por la
izquierda.
Gijón, 30-5-2004
No hay comentarios:
Publicar un comentario