Creo que los ciudadanos que
realmente quisieron conocer la verdad de lo que ocurrió en aquellos trágicos
días de marzo estuvieron puntualmente bien informados por determinados medios
de comunicación (aquellos a los que el Gobierno de entonces no podía
manipular). A un amplio sector de la sociedad, la verdad de las cosas interesa
poco. Para ellos prevalecen los intereses personales y egoístas. Son los que,
por ejemplo, siguen encontrando justificaciones para la guerra de Irak.
Consecuentemente, esta Comisión era perfectamente prescindible. Se hubiese
ahorrado tiempo, dinero y, sobre todo, más mentiras.
El hecho de que, desde las más
altas instancias políticas y mediáticas, se manipule con el mayor de los
cinismos la realidad con fines partidistas produce un daño irreversible a la
política. Ésta pasa de ser la actividad más noble del ser humano (porque
permite corregir las desigualdades e injusticias endémicas del hombre) a
convertirse en una inmoralidad pública.
Fernando Savater, en un artículo
publicado por este periódico (“La
Europa durmiente”, 13 de julio), se refería, precisamente, a
esta situación y la calificaba como la decadencia cívica europea. La
regeneración de la política se hace, pues, imprescindible.
¿Hasta qué punto los políticos
autodenominados de izquierdas y los ciudadanos en general somos conscientes de
este hecho?
Gijón,
31-7-2004
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