martes, 12 de agosto de 2014

Inmoralidad pública


La Comisión parlamentaria de Investigación sobre el 11-M llega a su término cumpliendo todos los vaticinios: no sólo no ha aclarado nada, sino que ha enmarañado más las cosas.
Creo que los ciudadanos que realmente quisieron conocer la verdad de lo que ocurrió en aquellos trágicos días de marzo estuvieron puntualmente bien informados por determinados medios de comunicación (aquellos a los que el Gobierno de entonces no podía manipular). A un amplio sector de la sociedad, la verdad de las cosas interesa poco. Para ellos prevalecen los intereses personales y egoístas. Son los que, por ejemplo, siguen encontrando justificaciones para la guerra de Irak. Consecuentemente, esta Comisión era perfectamente prescindible. Se hubiese ahorrado tiempo, dinero y, sobre todo, más mentiras.
El hecho de que, desde las más altas instancias políticas y mediáticas, se manipule con el mayor de los cinismos la realidad con fines partidistas produce un daño irreversible a la política. Ésta pasa de ser la actividad más noble del ser humano (porque permite corregir las desigualdades e injusticias endémicas del hombre) a convertirse en una inmoralidad pública.
Fernando Savater, en un artículo publicado por este periódico (“La Europa durmiente”, 13 de julio), se refería, precisamente, a esta situación y la calificaba como la decadencia cívica europea. La regeneración de la política se hace, pues, imprescindible.
¿Hasta qué punto los políticos autodenominados de izquierdas y los ciudadanos en general somos conscientes de este hecho?


                                                                        Gijón, 31-7-2004

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