sábado, 9 de agosto de 2014

Inmigración y pobreza


La llegada del nuevo siglo viene acompañada por la agudización de un fenómeno que, si bien siempre existió, ahora adquiere caracteres de tragedia. Se trata de la inmigración. Pero la creciente avalancha de personas del tercer mundo al primero no es más que una manifestación del verdadero problema: el desigual reparto de la riqueza en el mundo. Desigualdades siempre hubo, pero nunca tan grades como ahora a la vez que perceptibles y, teniendo en cuenta que el problema va a ir a más, aunque sólo sea por egoísmo (no podemos vivir en una isla de riqueza rodeada de un mar de pobreza),  merece la pena hacer alguna reflexión sobre el tema.
Una de las principales causas de la pobreza, según los expertos, es la explosión demográfica. En el siglo pasado la población humana casi se ha cuadruplicado y las cifras siguen en alza: 500 millones más en lo que va de siglo. Pero lo que llama la atención es que la tasa de crecimiento es hasta tres veces superior en los países subdesarrollados (sobre todo África) que en los desarrollados. Si a la escasez natural de recursos se añade el aumento de bocas que alimentar, las consecuencias son obvias.
Pero la verdadera naturaleza del problema se muestra al considerar que, hoy día, el recurso más importante no es la tierra, sino el capital humano. El desarrollo europeo se produjo porque Europa acumuló altas cotas de capital humano a través de generaciones crecientemente escolarizadas. Ello fue posible, en gran parte, porque el control de la natalidad permitió que la demanda de escolarización no sobrepasara los recursos dedicados a la educación, de modo que cada generación recibía mejor educación por un periodo más largo. Esto no sucede hoy en grandes zonas del tercer mundo.


                                                                                    Gijón, 7-6-2006 

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