Parecía que estaba superado.
Creíamos que la llegada de la democracia a España hace 35 años, aunque con un
retraso de siglos, nos permitiría establecer al fin una convivencia que
respetase y tuviese en cuenta las diferencias propias de toda sociedad plural,
desde las ideológicas hasta las identitarias, pasando por las éticas, las
económicas o las de género. Pensábamos que la conflictividad propia de esa
divergencia habría que superarla mediante un diálogo permanente, sin
exclusiones que, guiado por la razón y la experiencia, y regulado por las
reglas del juego que marca la
Constitución , nos permitiría en cada momento encontrar y
aplicar las soluciones más idóneas de cara al bienestar general.
En cambio, vemos que no es así.
Todavía nos acompañan los demonios del pasado, tal como pone de manifiesto el
intento por parte de los políticos del PP gijonés de resucitar la guerra de las
banderas. No otra cosa es su pretensión de emular el error que cometen los
grupos nacionalistas catalanes de identificar sus sentimientos identitarios con
una bandera que es de todos los que viven en Cataluña (la senyera),
identificando aquí su particular ideología con la bandera de España. Así,
proponen habilitar un lugar en Gijón para colocar una ‘banderona’ roja y gualda
(supongo que como la que Aznar mandó izar en la plaza de Colón de Madrid que
mide 21x14 metros), de tal manera que aquél que se muestre hostil, incluso
tibio, en el culto al símbolo sea señalado como enemigo de España y demonizado.
Nada han aprendido estos
políticos de los gravísimos errores cometidos en nuestro país, hace apenas tres
o cuatro generaciones, cuando determinados sectores de la sociedad se apropiaron
de los símbolos de Dios y de la patria (“¡Por Dios y por España!” fue su grito
de guerra) para exterminar a todos los que no pensaban como ellos.
Gijón, 16-2-2014
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