En días pasados un colegio
religioso de Gijón celebró una jornada de puertas abiertas, y en un ambiente
lúdico-deportivo sus alumnos se calzaron las ‘zapatillas solidarias’ para correr
durante todo el día. El propósito aparentemente responde a una buena causa:
recaudar dinero que se canaliza a través de una ONG para aliviar la situación
de los pobres en África. Al mismo tiempo se hace publicidad del centro que
siempre viene bien. Hasta la alcaldesa aprovechó para sacarse la foto.
Pero esta actividad tiene otro
enfoque no tan positivo. Es el que le damos los que creemos que la situación de
esas personas, que se cuentan por millones y que motivaron el acto, es
consecuencia de las políticas tremendamente injustas que se aplican hoy día en
el mundo, en lo que se viene a llamar la globalización neoliberal. Es decir,
los males del mundo no son consecuencia de designios divinos (como el castigo
divino por el pecado original, por ejemplo), que no tienen solución y ante los
cuales, lo mejor que podemos hacer es la caridad como la que se practica en ese
colegio (y como la que se viene haciendo durante siglos). Los males de este
mundo, como el del hambre, tienen sus raíces en las políticas de las que en
cierta medida somos responsables nosotros. “Otro mundo es posible”, reivindican
los movimientos antiglobalización con escaso éxito por evidente falta de apoyo.
En definitiva, no se trata de practicar la caridad, sino la justicia social a
partir de las políticas apropiadas. ¿Se les enseña esto a los niños?
Gijón, 7-2-2014
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