Identificar los intereses de una
región a los de un individuo es una perversidad, porque supone un desprecio
hacia los ciudadanos de esa región. Creer que la solución de los problemas de
una sociedad dependen de algún salvador, ya sea político, religioso o de
cualquier otro signo, supone minusvalorar al resto de los ciudadanos, porque se
les asigna el papel de seguidores sumisos, sin opinión propia o criterio. En
España deberíamos saberlo bien, ya que padecimos en carne propia los perversos
efectos de los salvadores.
La esencia de la democracia
consiste en que la responsabilidad de lo público recae sobre todos los
ciudadanos y es a ellos, a todos y cada uno de nosotros, a los que hay que
apelar tanto para la salida de la crisis, como para progresar hacia una
convivencia pacífica y civilizada.
El mayor problema que plantea
este sistema está en la pluralidad de la sociedad. No coincidimos ni en los
intereses ni en las ideas. Pero la democracia, que es el único proyecto
político que reconoce esta realidad, la encara apelando al diálogo. La esencia
de la democracia consiste en un permanente debate entre planteamientos
distintos, pero guiado por un solo propósito: alcanzar el bien común. Se trata
de sacrificar los intereses particulares en aras del interés general. Esta
práctica solo es posible en sociedades adultas, que hayan salido de la minoría
de edad. A esto se llega mediante la educación permanente y adecuada de los
ciudadanos.
Vista desde esta perspectiva, la
sociedad española (y también la mundial) parece muy lejos de esta práctica.
Presentar a Álvarez Cascos como salvador de Asturias es un esperpento.
Gijón, 3-1-2011
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