Hace poco más de dos años,
sendos movimientos populares abrieron una esperanza en un mundo marcado por el
desencanto y la frustración. Uno tuvo lugar en los países árabes y el otro se
inició en España, propagándose a otros lugares de occidente. El primero se
comparó con la primavera, pues apuntaba a un renacer de la democracia y el
llamado 15-M, o de los indignados, se identificó con el otoño en alusión a sus
pretensiones de revitalizar un sistema democrático que se había fosilizado. A
día de hoy, el balance en ambos casos es de fracaso.
Causa dolor observar la dinámica
que se está produciendo en el mundo árabe, caracterizada por la involución
fundamentalista que es lo opuesto a la democracia. En España tampoco se ven
síntomas de renovación, más bien de retroceso. La situación a la que se ven
abocadas las mujeres, obligadas a peregrinar de nuevo a Europa en un futuro
próximo para abortar, sirve de botón de muestra.
Se impone analizar las razones
por las que ambos intentos resultaron fallidos. Creo que la explicación la dio
Aristóteles hace muchos años, al afirmar que ningún sistema de gobierno resulta
viable si los ciudadanos no interiorizan los valores morales y culturales correspondientes
a ese sistema. Resulta obvio que tanto nuestro pasado histórico como el de los
árabes supone una pesada losa que impide el renacer que ambos movimientos
pretendieron.
Gijón, 5-9-2013
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