En estos tiempos de indignación
y desconcierto se impone entender lo que nos pasa a fin de buscar la salida
correcta y evitar repetir las tragedias del pasado a que nos condujeron
momentos de descontrol como el presente. Hay quien, incapaz de entender la
historia, propone repetir los viejos errores y añora la vuelta de los
‘espadones’, tales como el general Pavía, precursor de otro malhadado militar,
el general Franco, que usaron el poder militar para impedir que España
circulase por los cauces del progreso y la modernidad por los que se movía el
resto de Europa. Aún estamos pagando el endémico atraso histórico que
produjeron. Pero parece poco probable que repitamos ese error. El tejerazo del
81 nos dejó vacunados para varias generaciones; esperemos.
El peligro más bien parece venir
de la mano del populismo y la demagogia, tal como ocurre en Italia. Políticos
sin escrúpulos como Berlusconi o Grillo que, aunque con estilos diferentes, se
aprovechan del descontento y la desinformación populares para presentarse como
salvadores de la patria.
La solución correcta, tal como
apuntan muchos intelectuales y avala la experiencia, pasa por aplicar la
versión más radical, a la vez que viable, de la democracia: la
participativa-representativa. Es decir, ciudadanos comprometidos con las
instituciones, controlando a los políticos, lo que exige un compromiso con la
política, o lo que es lo mismo, con la cultura. Es la única fórmula que se ha
inventado para impedir que se cumpla lo que con acierto formuló Lord Acton en
el siglo XIX: “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Gijón, 27-2-2012
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