Parece que mi
carta, publicada en días pasados, “Ola de fervor religioso” ha herido la
sensibilidad de algún lector, hasta el punto de sentirse, según dice,
traumatizado.
Aparte de
mostrar reiteradamente sus sentimientos ofendidos, no responde a ninguno de mis
argumentos; a saber: Hay una clara ofensiva del Gobierno del PP y la propia
Iglesia para dar a la religión católica un papel relevante en la sociedad, sin
que se advierta mayor oposición. La Iglesia Católica ha jugado siempre un papel
destacado en la defensa de las ideas conservadoras (es lógico, pues a medida que
el hombre avanza en la explicación científica de la vida, la revelación
retrocede). Y la fe, que significa, como se sabe, aceptar las cosas que dice la Iglesia (fe es creer lo
que no vimos –léase, lo que no entendemos-; así la definen), lleva al hombre a
asumir las cosas sin más, por lo que, lógicamente, le priva de criterio propio
para juzgar la realidad por sí mismo.
Fue a partir
de las dos últimas consideraciones por lo que en el siglo XVIII los ilustrados
propusieron establecer la convivencia humana al margen de toda creencia, al
considerar, además, que ya había para entonces suficiente experiencia y
conocimientos para ello (recordemos su máxima: “Atrévete a saber”), fijando las
bases del Estado democrático y laico. La religión quedaba relegada al ámbito de
lo privado (resulta difícil afrontar la vida con la sola ayuda de la razón).
Y en esta
guerra estamos, pues estos planteamientos no fueron asumidos por una mayoría.
Baste señalar, a modo de ejemplo, no sólo el papel de la Iglesia en el nacional-catolicismo
del condenable régimen anterior, sino también el integrismo islámico, tan
tristemente de moda, y el otro integrismo, el de la Administración Bush ,
sin olvidarnos que nuestro Gobierno ha reintroducido la religión en las
escuelas y pretende incluirla también en el texto de la futura Constitución
Europea.
Gijón, 26-10-2003
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