Las manifestaciones del 25-S en
Madrid y las durísimas cargas de la policía tuvieron una reacción de Rajoy tan previsible
como todo lo de este hombre: aludió a la mayoría de españoles que no se
manifiestan a los que atribuyó una virtud cívica superior a la de los
manifestantes.
Resulta arriesgado hacer este
tipo de comparaciones porque en este caso concreto tal parece que sea al revés.
Los que se manifiestan son más generosos, más solidarios, más sensibles a las
injusticias sociales y a las tremendas desigualdades que padecemos. Porque
saben que hay riqueza suficiente en el mundo para que todos podamos vivir dignamente;
porque saben que es este sistema neoliberal, que deja al mercado sin control,
el responsable del mal reparto de los bienes; porque saben que la clase
política en general está al servicio de este sistema del que se beneficia;
porque saben que hay soluciones pero no se llevan a cabo, entre otras cosas,
por falta de voluntad política y de apoyo social. Por eso se manifiestan.
Si bien no se puede trazar una
línea que separe a manifestantes y no manifestantes, sí se puede afirmar que
entre estos últimos abunda la indiferencia. Precisamente ése es el mal de
nuestro tiempo: el totalitarismo de la indiferencia en palabras de Josep
Ramoneda. Ya Einstein lo señaló con una frase lapidaria: “La vida es muy
peligrosa, no sólo por las personas que hacen el mal, sino y sobre todo por las
que se sientan a ver lo que pasa”.
Gijón, 26-9-2012
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