En los últimos tiempos y, sobre
todo, como consecuencia de la crisis se está cuestionando desde diversos
sectores la pretendida ejemplaridad de la Transición
democrática española. Fundamentan esa crítica en el actual déficit democrático
que tiene sus raíces en la alarmante carencia de cultura y de principios
democráticos observables en nuestra sociedad.
Los que por la edad hemos vivido
aquella intensa etapa histórica conservamos vivos los recuerdos: hubo que optar
entre reforma y ruptura. Ante el riesgo evidente de que la segunda opción
reprodujese el drama de las dos Españas debido al equilibrio de fuerzas, se
optó por la reforma. Si bien una mayoría, entre los que me encuentro, opina que
la decisión fue acertada, no es menos cierto que el precio a pagar fue caro: el
pensamiento franquista está vivo y extendido por amplios sectores de la
sociedad. Se manifiesta de muchas maneras y se percibe en múltiples detalles.
Comentaré uno:
En una carta al director,
publicada en estas mismas páginas con fecha
15 del 10, se cita al psicólogo Vallejo-Nágera como un referente moral
en relación a un problema de comportamiento juvenil. El hecho de que el autor
de la carta no considere necesario especificar a cuál de los dos Vallejo-Nágera,
padre o hijo, se refiere, podemos pensar que alude al primero. Y teniendo en
cuenta que éste fue un reconocido fascista que, entre otros horrores,
encontraba una explicación médica -debilidad mental- para los marxistas y
consecuentemente proponía segregarlos desde la infancia para liberar a la
sociedad de una “plaga tan terrible”, y que consideraba a la mujer como un ser
inferior, ponerlo como modelo de algo hiere la sensibilidad de los demócratas y
debe ser condenado con la misma firmeza con que se haría ante la apología de
personajes tales como Franco, Hitler o Mussolini.
Gijón, 16-10-2012
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