El proceso de pacificación del
País Vasco emprendido por el Gobierno ha sido calificado por Zapatero de largo,
duro y difícil y con razón, pues a nadie se le escapa la naturaleza de un
problema que está envenenando a la sociedad vasca desde hace más de treinta
años. Ello justifica que esta oportunidad que se presenta de alcanzar la paz
sea aprovechada, no sólo por el Gobierno sino por toda la sociedad española,
desde los partidos políticos pasando por las instituciones públicas hasta los
ciudadanos.
Parece lógico que la mayor
dificultad al proceso de paz venga del lado de los terroristas y sus avaladores
políticos, la izquierda abertzale, incluso del PNV que aprovecharán las
circunstancias para lograr avances en sus planteamientos independentistas. Aquí
el Gobierno ha de ser intransigente, tal como prometió, estando el resto de
partidos políticos obligados a vigilar sobre el particular. Cosas distintas son
la forma en que se abordan las diferentes fases del proceso y la negociación
sobre la reinserción de los etarras que admiten mayor margen de maniobra.
Dicho esto, hay que hablar de
otra dificultad nada desdeñable para el proceso. Es la política partidista del
PP. Este partido siempre ha utilizado el terrorismo vasco como la baza más
importante para sus ambiciones de poder. Lo empleó Aznar para ganar las
elecciones de 1996 (recuérdese el uso del GAL) y para mantenerse en el
Gobierno. Fue, precisamente, esta vinculación de su política al terrorismo lo
que le llevó a cometer el error de sostener la autoría de ETA en el atentado
del 11-M. Por una cuestión de coherencia con la estrategia política del
catastrofismo, el PP está obligado a impedir que Zapatero tenga éxito en este
lance, por lo que va a poner todos los obstáculos posibles. Ya lo está
haciendo.
Gijón, 5.-6-2006
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