miércoles, 20 de agosto de 2014

El estoicismo


Los orígenes

Si los epicúreos se recluían en su Jardín en busca de la amistad y el conocimiento del cosmos con el doble propósito de evadirse de una realidad que percibían hostil y encontrar la felicidad en las cosas buenas de la vida, los estoicos, más austeros, se refugiaron  en la Stoa (paseo aporticado griego) para, mediante la vida contemplativa, descubrir la naturaleza e identificarse con ella. Ambos movimientos tratan de dar respuesta, aunque por caminos diferentes, a los importantes cambios sociopolíticos que por esa fecha (siglo III a. C.) se producían en su mundo: la sustitución de la democrática polis griega por sistemas de gobierno de carácter monárquico- autoritario. Esta circunstancia les lleva a crear sistemas filosóficos nuevos que desarrollan y potencian el carácter individual de la persona en detrimento de su carácter social.

Descubriendo la Naturaleza

En el caso de los estoicos este objetivo lo logran fundamentalmente a través del conocimiento de la Naturaleza, y más concretamente, de las leyes por la que se rige. Para ello recurren a la física a la que conciben, al igual que los epicúreos, como materialista, si bien animada de una fuerza rectora que identifican con el logos-fuego de Heráclito. La presencia del logos define a la Naturaleza como un ser vivo, dotado de racionalidad, que lo hace activo y lo mantiene unido formando una Totalidad. Esta especie de alma o divinidad es el principio del cosmos y también será la causa de su final, ya que perecerá mediante un incendio que supondrá el retorno al fuego originario. Los estoicos retoman, pues, el concepto del eterno ciclo o eterno retorno, tan apreciado por la filosofía griega, en el que se repite lo mismo, los mismos seres, las mismas circunstancias, pues no hay razón para que nada cambie ya que todo es producto de la perfecta racionalidad. Hacen referencia a una especie de providencia o destino que implica necesidad, cumplimiento riguroso del plan

Vivir conforme a la Naturaleza.

Los estoicos tienen una concepción panteísta del cosmos ya que, como queda dicho, el dios logos lo anima y ordena. El hombre que está dentro de ese cosmos, comparte con él el pneuma, una especie de soplo material que, a modo de alma, le permite seguir de forma consciente a la naturaleza. Existe un parentesco entre la razón humana y la cósmica, pues en la realidad universal están incluidas las cosas y el sujeto, de suerte que la realidad coincide con las estructuras del pensamiento conceptual. Y así como el logos domina todo el Universo, el hombre es animado y conducido por el alma. De tal manera que, si la misma naturaleza es racional en tanto que cosmos bello y ordenado producto de una razón divina ordenadora, y si el logos humano es parte de tal logos divino, será igualmente natural obedecer a la razón, pues seguir a la naturaleza será la mejor forma de introducir orden racional en nuestra propia vida. Como consecuencia de todo ello, el principio supremo que ha de informar la conducta del hombre será vivir conforme a la Naturaleza.

A la felicidad por la autarquía

Los estoicos hacen derivar de la física, es decir, del concepto que tenían del Universo, su ética. Ésta tiene como objetivo proporcionar al hombre una vida feliz, y ello se consigue viviendo en sintonía con la naturaleza, lo que proporciona la autarquía.
Es el necesario sometimiento a las leyes de la naturaleza lo que lleva a los seres humanos a la resignación, a la aceptación del destino. De esta manera se superan el dolor y los temores que perturban el alma, que son asumidos por el sabio estoico como parte del orden natural del cosmos, asumiendo la realidad, pero a la vez distanciándose de ella. La consciencia en dicha aceptación da a los hombres la felicidad bajo la forma de apatía, indiferencia ante cualquier acontecimiento.
Para alcanzar tal estado permanente de ánimo, los estoicos cuentan con la virtud a la que conciben como una forma de ser, una actitud en la vida que les permite erradicar  los impulsos irracionales, tales como el placer, el deseo, el amor, el miedo, etcétera, es decir, las pasiones.

Los estoicos ante la política

A diferencia de los epicúreos, los estoicos no tendrán inconveniente en implicarse en la política y en la vida social, sobre todo en el tercer periodo, correspondiente a la época del Imperio romano. No obstante, su concepto de la política difiere notablemente del que tenían los griegos de la época clásica. Eran cosmopolitas, pues consideraban que, al ser todos los hombres racionales, estaban sometidos a la misma ley y pertenecían a la misma patria. Sin embargo, en realidad no pretendían cambiar nada ya que asumían que todo estaba bien gobernado por la Naturaleza. Ésta, decían, conduce a los que la aceptan y arrastra a los que se oponen. Por otro lado, su forma de pensar, que exalta la autosuficiencia del individuo, se compagina mal con la política y la acción social.
De todos modos, como queda dicho, hubo un cambio de actitud a partir de Panecio, el cual pretendió “civilizar” el rigorismo de sus antecesores para adaptar el legado estoico a las necesidades del mundo romano. Hay que vivir racionalmente, pero también conforme a los impulsos con que nos ha dotado la naturaleza, decía. También afirmaba que, puesto que el hombre vive de acuerdo con la Naturaleza del Todo, tiene la firme seguridad de que su voluntad es conforme a la Voluntad universal y se siente apto para gobernar. Se percibe aquí el espíritu práctico de la cultura romana.
Por otro lado, Cicerón podía ver con simpatía esta traducción del ideal cínico cosmopolita en términos “civilizados” de una concordia ecuménica protagonizada por Roma. En aquellos momentos históricos, con las monarquías helenísticas en plena descomposición y los bárbaros aún lejos, todo parecía indicar que el destino se complacía en que Roma asumiera esa función hegemónica del mundo.

La lógica, el tercer puntal de la filosofía estoica

Los estoicos dieron una gran importancia a la lógica, en la medida que la consideraron el tercer puntal de su sistema filosófico, junto a la física y la ética. Esta relación se basa en la percepción que tenían de la existencia de una ley cósmica racional que abarca tanto el acontecer material como el pensamiento humano.
La lógica se ocupaba del estudio del logos, tanto en cuanto a su discurso interno, el razonamiento, cuanto al externo, el lenguaje. Fueron claramente innovadores y acuñaron muchos términos utilizados por los modernos lingüistas.
Pero la lógica para los estoicos no es sólo el estudio de la argumentación, sino que abarca también la teoría del conocimiento. Ello es debido, tal como queda dicho, a que consideraban que el logos es tanto la razón que impera en el cosmos, como la razón humana. De ahí que haya una común racionalidad que permite el conocimiento.
Por otro lado, la expresión del conocimiento se hace por medio del lenguaje. Los estoicos consideraron que las palabras corresponden a las cosas y que el lenguaje debe reflejar el orden de la realidad. De ahí que analizar el significado del lenguaje supone analizar la realidad. Y ello es así porque el universo es una estructura racional de la que forman parte las palabras y las cosas, y así como hay conexiones entre estas últimas, también las hay entre las proposiciones que las expresan, de suerte que entre ellas cabe establecer esquemas válidos de inferencias que según algunos autores constituyen el germen de lo que hoy en día llamamos cálculo proposicional. Si cabe establecer estas conexiones entre las cosas y las proposiciones es porque en la naturaleza hay una legalidad universal obra y a la vez manifestación de un logos a la vez cósmico y divino.

Para terminar

Para completar esta breve semblanza del estoicismo falta decir que fue una escuela filosófica que surgió en el año 300 a. C. y tuvo una vida de cinco siglos, hasta el emperador Marco Aurelio, año 180 d. C. En su evolución pasó por tres periodos, el antiguo, el medio y el nuevo. En el primero, los estoicos enfatizaron la lógica y la física, en el segundo la ética y la política y en el tercero la política y la religión. Figuras destacadas de esta filosofía fueron su fundador, Zenón de Citio, Crisipo, Panecio, Cicerón, Séneca, Marco Aurelio, etcétera.
Finalmente, en nuestros días aún se emplea la palabra estoicismo para designar una actitud de serenidad ante el destino y de control de las pasiones.


Comentario de texto

Séneca.

“Se puede discutir si en aquél entonces un sabio debía ocuparse de los asuntos públicos. ¿Qué pretendes, Marco Catón? Ya no se trata de la libertad: hace tiempo que se ha perdido. La cuestión es saber si será César o Pompeyo quien va a tener el mando de la República. ¿Qué tienes que ver tú en esta rivalidad? Ninguna intervención tienes en ella. Van a elegir a un déspota. ¿Qué te importa cuál de los dos va a vencer? Puede vencer el mejor, no puede dejar de ser el peor quien haya vencido. No he conocido más que las últimas actuaciones de Catón, pero tampoco los años precedentes fueron tales que permitiesen a un sabio participar en aquel despojo de la República. ¿Qué otra cosa hizo Catón sino vociferar y proferir frases vanas cuando en volandas, a manos del pueblo y cubierto de esputos, le empujaban para echarlo del Foro, o le conducían del Senado a la cárcel?
Mas en otra ocasión examinaremos si hay que encomendar al sabio los asuntos públicos. Entretanto te recomiendo a aquellos estoicos que, excluidos de los cargos públicos, se retiraron a cultivar su modo de vida y codificar leyes en bien del género humano sin ocasionar agravio alguno a los más poderosos. El sabio no alterará las costumbres públicas ni atraerá al pueblo hacia su persona por la singularidad de su vida.”

Este texto de Séneca recoge nítidamente la actitud de resignada aceptación de la realidad política por parte de los estoicos. Ésta es percibida negativamente: venga quien venga, entre las dos alternativas, César o Pompeyo, los resultados serán igualmente malos. Pero, la postura correcta para los estoicos no es enfrentarse a la situación para cambiarla, sino retirarse a cultivar su vida privada. Han de renunciar, por tanto, a la libertad que antaño permitía al hombre participar en los asuntos públicos. “Ya no se trata de la libertad. Hace tiempo que se ha perdido”, dice Séneca. Hay que aceptar, pues, el destino que, a modo de divinidad, rige el mundo. Esta aceptación conducirá, con la ayuda de la virtud, a la apathía (impasibilidad) que proporcionará al sabio la libertad moral y, por ende, la felicidad.
Se podría establecer cierto paralelismo con lo que pasa actualmente en nuestras sociedades, en la medida en que la política es percibida por muchos como algo que escapa a nuestro control, provocando una actitud de inhibición ante la misma. La diferencia está en que, hoy en día, la gente se refugia en el consumo y la diversión (la sociedad del espectáculo, como la califican algunos) y no en la vida austera y contemplativa de los estoicos. Este afán hedonista nos acerca más a los epicúreos; sin embargo, nos quedamos aún lejos de esta filosofía, pues nos falta su control racional de la realidad; no controlamos las pasiones.
En todo caso, lo más destacado de nuestra situación es la contradicción que se da entre, por un lado el sistema de gobierno que nos hemos impuesto, la democracia, que permite la participación del pueblo en la vida pública y por otro la realidad, antes descrita, de falta de participación. La conclusión que se puede sacar es que no ajustamos nuestra conducta moral a las exigencias de la democracia, posiblemente por falta de conocimiento de la misma.

Curso: 1º de grado de filosofía

Uned. Gijón

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