“El Vaticano pide a los
funcionarios españoles que no casen a los homosexuales”, Con esta frase en
primera página recogía este diario el día 23 la reacción del nuevo Papa a la
aprobación por el Parlamento español de la reforma de la ley por la que se
extiende el matrimonio (civil, por supuesto) a las parejas del mismo sexo.
Supongo que ahora ya, al fin,
sabremos todos lo que Benedicto XVI “se trae entre manos” (por usar una
expresión del arzobispo Osoro: “el Papa sabe lo que trae entre manos”), por más
que para muchos la elección no ofreciera ninguna duda debido a su pasado
perfectamente conocido (principal valedor del Papa recién fallecido, fustigador
implacable de la Teología
de la Liberación ,
ortodoxo defensor del dogma, etcétera.). Son muchas las reflexiones que se
pueden hacer al hilo de la descarada injerencia de la Curia romana en la vida
pública española. Citaré dos:
Por un lado está la contradicción
entre la cerrada defensa que hizo la
Iglesia de lo que ellos consideran libertades incuestionables
de los padres para elegir la educación de sus hijos (con recogida de firmas
incluida), y la negación de la libertad que tienen todos los ciudadanos a usar
su sexo como mejor les parezca. Esta postura evidencia una visión parcial e
interesada de la libertad.
Otro aspecto a señalar es la
falacia del argumento según el cual el matrimonio entre homosexuales hiere la
sensibilidad estética de los ciudadanos. La falsedad está en no precisar que,
efectivamente, hiere la sensibilidad de unos, pero no la de otros. En mi caso,
por ejemplo, lo que hiere mi sensibilidad es la hipocresía y la manipulación de
la realidad que se hace en la sociedad en la que vivo.
Gijón,
23-4-2005
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