El multitudinario acto religioso
celebrado en el estadio del Molinón en homenaje al malogrado entrenador del
Sporting, señor Preciado, puso de manifiesto la simpatía y el cariño del pueblo
de Gijón hacia el citado entrenador, sin duda, debido a sus cualidades tanto
profesionales como humanas. Su familia debió sentir un legítimo orgullo a la
vez que consuelo por estar tan arropada en este dramático trance.
Dicho esto, cabe hacer otra
lectura, no tan positiva, de este acontecimiento social. Es la que resulta de
reparar que quizá fue la pertenencia del señor Preciado al mundo del fútbol, lo
que originó la sorprendente concurrencia (10.000 personas) a su funeral, así
como la trascendencia mediática que tuvo el luctuoso suceso. Es difícilmente
imaginable que una figura, por muy prestigiosa que fuera, provoque tal
conmoción si no perteneciese al mundo del espectáculo.
La explicación, creo yo, podemos
encontrarla en que, tal como sostiene Vargas Llosa en su último libro, vivimos
instalados en la “civilización del espectáculo” (así titula precisamente el
libro). Tesis ésta compartida por otro intelectual francés, de origen marxista,
Guy Debord, que en 1967 publicó ‘La sociedad del espectáculo’. En este ensayo
el autor relaciona espectáculo con alienación y sostiene que la sociedad actual
no sólo vive alienada en el ámbito laboral, tal como sostuvo Marx, al trabajar
para otros a cambio de un precio, sino que tampoco el tiempo de ocio le
pertenece pues, al dedicarlo al entretenimiento, la diversión o la evasión (el espectáculo),
vive enajenada de su propia vida. En una palabra, es el mundo virtual del
espectáculo y del consumo el que sustituye como interés o preocupación central,
en el hombre de hoy, todo otro asunto de orden cultural, intelectual o
político.
Esto explicaría también que,
estando sumidos en una crisis de dramáticas consecuencias, sean acontecimientos
como la muerte de Preciado, los que realmente tengan trascendencia social.
Gijón, 16-6-2012
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