miércoles, 20 de agosto de 2014

El escepticismo


A la felicidad por la epojé

La tercera corriente filosófica importante durante la época helenística corresponde a la escéptica que, igual que la epicúrea y la estoica, busca alcanzar la ataraxia, es decir, la tranquilidad y el equilibrio espirituales que proporcionan la felicidad; pero en este caso, no a través del placer, concebido como ausencia de dolor, de los epicúreos o mediante la serenidad que da el sentirse identificado con la naturaleza, compartiendo un logos común, de los estoicos, sino por medio de la epojé o suspensión del juicio.
Efectivamente, los escépticos llegan a la conclusión de que le resulta imposible al ser humano conocer la verdadera realidad, pero esto no debe provocarle inquietud. Parten, al igual que los epicúreos, de las sensaciones para acceder al conocimiento, pero, a diferencia de aquellos, convienen en que éstas no pueden conducir a ninguna certeza por dos motivos: porque los objetos percibidos son indeterminados, sin estabilidad e indescirnibles y por la naturaleza subjetiva de los propios sentidos que lleva a los distintos individuos a tener percepciones distintas del mismo objeto, incluso a la variación de la percepción por parte de un mismo individuo en función de su estado de ánimo.
No obstante, tal situación no lleva a los escépticos a posicionarse en la duda permanente, sino a lo que ellos llaman epojé o suspensión del juicio, lo que les obligará a seguir buscando la verdad de las cosas. Pero sabiendo que ésta es inalcanzable, siguen el camino indirecto de demostrar el error que cometen todos aquellos que afirman conocer dicha verdad, especialmente los estoicos y los epicúreos a los que consideran dogmáticos.

El problema de la acción

A los escépticos se les plantea un problema a la hora de determinar el modelo de comportamiento ético a seguir ya que, como los estoicos y los epicúreos, parten de la necesidad del conocimiento para definir la acción. Como aquél es incierto, adoptan dos posturas: la más radical, representada por Pirrón, es la de renunciar a prefijar ningún propósito (eran los amigos del sabio los que debían protegerle incluso de los avatares cotidianos de la vida). Actitudes más moderadas, como la de Galeno, recurren al sentido común, la tradición o la opinión generalizada para resolver los asuntos del día a día, aunque mantienen la suspensión del juicio en temas filosóficos o científicos.

El escepticismo de la Academia

Particular importancia por su interés tiene la evolución filosófica de la Academia fundada por Platón. Ésta pasa por varias fases, correspondiendo la primera (la inmediatamente posterior a Platón) a una dirección matematizante y dogmática, a la que siguió otra, la de la nueva Academia, que, influenciada por la corriente escéptica, renuncia a la pretensión del saber absoluto.
Arcesilao y Carnéades son los dos máximos exponentes de esta línea. El primero retoma los diálogos aporéticos de Platón que, estando encaminados a salir del error que producen las falsas apariencias, no llegaban, sin embargo, a ninguna conclusión definitiva, por considerar que la verdad absoluta no está al alcance del hombre. Retoma, pues, la idea socrática de que lo importante para el sabio es reconocer que no sabe nada.
Carnéades introduce un concepto nuevo en la valoración del juicio: la probabilidad. No podemos tener la certeza absoluta de las cosas, pero podemos aproximarnos a ellas en la medida en que contrastemos las diversas percepciones que obtenemos sobre las mismas. Distingue tres niveles o criterios de percepción: claridad, continuidad y contraste, alcanzando la máxima probabilidad de certeza apurando los tres niveles. Esta probabilidad es suficiente para orientarse en la vida práctica, corrigiendo así el problema que se les plantea a los escépticos a la hora de definir su conducta.
Los escépticos académicos marcan claras diferencias con los pirrónicos. Para éstos no es posible determinar, entre dos puntos de vista contradictorios, cuál es el correcto, ya que lo único a lo que pueden llegar es a discernir cómo aparecen las cosas a los diversos observadores y no cómo son en sí realmente. Los académicos afirman que, aunque no cabe la certeza absoluta sobre un caso particular, sí resulta razonable aceptar una impresión clara y distinta. Para el pirrónico las impresiones son equivalentes, para el académico cabe discriminarlas en términos de su mayor o menor plausibilidad.
La Academia evoluciona primero hacia el ideal de un saber absoluto y dogmático para derivar a continuación, en el siglo I d. C., hacia un eclecticismo que unifica las distintas corrientes filosóficas del momento, encontrando en Cicerón un buen exponente de esta postura. Posteriormente surge una tendencia a considerar este mundo como un reino de las apariencias más allá del cual existe una realidad trascendental. El camino que conduce al misticismo primero y a las religiones como la cristiana después, quedaba abierto.

Las etapas del escepticismo

Se considera que en la época helenística se sucedieron cuatro etapas de Escepticismo.
-La primera etapa corresponde a la de su fundador, Pirrón de Elis, que vivió entre el 360 y el 270, contemporáneo, por tanto, de Epicuro y de Zenón, fundadores respectivamente de las escuelas epicúrea y estoica.
-La segunda etapa entronca con la Academia platónica y tiene lugar entre los siglos III y II a. C. Arcesilao y Carnéades son sus máximos representantes.
-La tercera etapa corresponde a la de Enesimeno en el siglo I a. C.
-La cuarta etapa tiene lugar en el siglo III d. C., siendo Sexto Empírico su máximo exponente.



Comentario de texto

 Cicerón

“Además, entre nosotros (los académicos) y los que creen saber (los estoicos) no hay diferencia alguna, salvo el hecho de que ellos no dudan que sean verdaderas las cosas que defienden; nosotros tenemos muchas cosas por probables que fácilmente podemos seguir; afirmar solo con dificultad. Sin embargo, somos más libres e independientes, pues tenemos íntegra la potestad de juzgar y no estamos obligados por necesidad alguna a defender todas las doctrinas que hayan sido prescritas y casi impuestas por algunos. Porque los otros, primero, están ya coaccionados antes de poder juzgar qué es lo mejor; después, en la etapa más frágil de su edad, o influidos por un amigo, o cautivados por un solo discurso de alguien a quien oyeron por primera vez, juzgan sobre cosas desconocidas y, arrastrados como por una tempestad, se aferran a él como a una roca.”

Este hermoso texto de Cicerón tiene plena actualidad en la medida que plantea uno de los mayores problemas que padecen las sociedades actuales: la incapacidad para el entendimiento, ya sea en el ámbito político, religioso o de cualquier otra índole. Ello es debido a que la mayoría adopta posturas intransigentes a las que se aferran como si les fuera en ellas la vida. El fanatismo religioso y el sectarismo imperan en el mundo, siendo la ignorancia la preferida a la hora de identificar posturas.
Cicerón en este pasaje nos proporciona sabiamente la solución: sólo partiendo de la duda permanente, no dando nada definitivamente como verdadero, alcanzaremos la libertad y la independencia necesarias para acercarnos al verdadero conocimiento de las cosas. Sólo desde este punto de partida podremos aspirar al entendimiento entre los humanos tan necesario para alcanzar la convivencia en paz. Es fácil observar en este texto la influencia de la mayéutica socrática.

Curso: 1º de grado de filosofía
Uned. Gijón

No hay comentarios:

Publicar un comentario