Parece como si los partidos
políticos, en lugar de competir entre sí para alcanzar cotas cada vez más altas
de democracia para la sociedad, rivalizasen en deteriorar la política.
Así, el culebrón de la comisión
de investigación del 11-M llega ya a niveles de esperpento. En opinión del PP,
el partido del Gobierno obstaculiza la investigación con el fin de impedir que
se sepa quienes fueron los cerebros del atentado, insinuando que Acebes no
estaba desencaminado al señalar la línea de investigación que apuntaba a ETA.
Por si esto fuera poco, recuperan la figura del señor X que tanto juego les dio
en el caso GAL. ¿Quién será el señor X? ¿Será Carod Rovira, el (en versión
pepera) amigo de ETA? ¿Será Zapatero (buscando la semejanza con Felipe
González) o Llamazares, comunista al fin y al cabo? Es que podría ser
cualquiera, hasta yo mismo.
En el otro extremo del abanico
político, otras organizaciones rivalizan en presentar a sus respectivas
regiones con el mayor pedigrí histórico, para lo cual no dudan en manipular
interesadamente la historia. Así, IU de Asturias pasó de la concepción marxista
de la historia (lucha de clases, explotación del hombre por el hombre,
importancia del sistema de producción como condicionante histórico, etcétera) a
reivindicar la figura de Pelayo como el primer rey cristiano que inició la Reconquista.
Se hace imprescindible que los
partidos políticos hagan una seria autocrítica acerca del papel que están
desempeñando y den un giro de 180º a sus políticas en el sentido de producir
una inversión en la creciente despolitización de la sociedad, condición sine qua nom para lograr las metas de
convivencia en justicia y en paz.
Gijón, 21-09-2004
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