En el debate del estado de la
nación celebrado en días pasados hemos asistido a la culminación de la política
desarrollada por el partido mayoritario de la oposición, el PP, desde que
perdió el poder: acoso y derribo del adversario. No se trata de una oposición
leal o constructiva, ni razonada o con argumentos. Quieren sólo desalojar al
PSOE del poder para ponerse ellos. Por eso derriban todos los puentes y cierran
todas las puertas con la esperanza de que el actual Gobierno fracase en los
delicados retos a los que se enfrenta, sobre todo la derrota del terrorismo
etarra y el problema de los nacionalismos. No dudan en utilizar los más duros
descalificativos e insultos, desde arrojar a la cara de Zapatero los muertos
por el terrorismo, hasta llamarle mentiroso.
Es una operación arriesgada para
ellos, pero saben que cuentan con poderosos aliados: unos medios de
comunicación afines que hacen una implacable labor propagandística; un sector
de la sociedad que conecta gustoso con este proceder; poderes fácticos
poderosos como la jerarquía católica o la ola ultraconservadora que, partiendo
de EE UU, invade el mundo.
Parece evidente que este tipo de
oposición no puede traer más que males para el país porque radicaliza los
ánimos y genera enfrentamientos. El portavoz de ERC, señor Puigcercós, lo decía
muy claramente en su intervención: “Cada vez que el PP arremete contra los
nacionalismos, nuestro partido gana votos”. De hecho su partido ha pasado de
tener un diputado en el Parlamento español en la anterior legislatura a tener
ocho en la actual. Claro que la culpa será, una vez más, del señor Zapatero.
No se puede pretender que el PP
entre en tazones y cambie de estrategia. Sólo cambiará si se les castiga en las
urnas.
Gijón, 14-5-2005
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