El lamentable espectáculo al que
estamos asistiendo en el seno del PP asturiano con motivo de la pretendida
vuelta a la política de Cascos, pone de manifiesto a qué niveles de degradación
de la misma hemos llegado. Se aclama a Cascos como a un salvador, un líder que
sacará a Asturias de lo que sus partidarios consideran ideologías trasnochadas
y partidistas (así llaman a las políticas que conciben al trabajo como un
derecho o que tratan de recuperar la memoria histórica, por ejemplo). Para esta gente la política es
cosa de dirigentes, gestores brillantes que organizan y dirigen.
Pero esta forma de gobierno
tiene más que ver con la tecnocracia (gobierno de los tecnócratas) que con la
democracia (gobierno de los ciudadanos), y, que yo sepa, la apuesta que estamos
haciendo es por esta última. Ésta parte del reconocimiento del pluralismo
ideológico de la sociedad; no todos pensamos igual. Este reconocimiento nos
obliga a una concurrencia de ideas o debate permanente para llegar a acuerdos
que permitan la gobernabilidad sin excluir a nadie.
Es a través de los partidos
políticos por donde se canaliza esta divergencia hasta los parlamentos, donde
por mayorías o coaliciones se transforma en leyes que nos obligan a todos. Este
sistema sitúa a los programas políticos como piezas centrales del mismo, ya que
es por mediación de ellos como se establece la comunicación de los ciudadanos
con la política. No es, pues, una cuestión de líderes más o menos carismáticos,
sino de una concurrencia de ideas en la que participamos todos.
Gijón, 29-7-2010
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