Aristóteles definió al ser
humano como un animal racional, pero, que se sepa, no especificó los
porcentajes entre animalidad y racionalidad, es decir, cuánto en la conducta
del hombre hay de instinto animal y cuánto de razón. A juzgar por lo que pasa
en el mundo, más bien parece que la balanza se inclina por lo primero con
diferencia. Por otra parte, parece lógico que así sea: el periodo de tiempo en
el que nuestro proceso evolutivo estuvo regido por el instinto de supervivencia
se cuenta por millones de años, quedando reducido sólo a unos pocos milenios la
época en que el hombre comenzó a usar su cerebro para pensar.
Todo esto viene a cuento para
responder al señor Juan Fernández Álvarez, que en su artículo ‘Sindicatos’ (El
Comercio, 22.7.10) reclama que éstos dejen actuar libremente a los empresarios
porque ellos saben cómo organizar las empresas para que sean competitivas,
seleccionando convenientemente a los más capacitados. A los sindicatos les
atribuye el papel de hacer reclamaciones sociales al Gobierno fuera de la
empresa. Cita a Darwin y su famosa ley de la selección natural como argumento
para apoyar su propuesta. Es decir, este señor pretende que el mundo laboral,
que resulta vital para la vida de las personas, se rija por la ley de la selva,
la ley del más fuerte. Desconoce la función para la que se crearon los
sindicatos: canalizar el diálogo en la empresa entre trabajadores y empresarios
a fin de que los derechos de los primeros sean respetados.
Gijón, 23-7-2010
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