Un colaborador habitual de este
periódico, que se presenta como licenciado en Filología latina, se congratula
en su artículo ‘Religión y barbarie’ (16 de junio) de que el actual ministro de
Educación haya reforzado la
Religión en las escuelas al convertirla en asignatura que
cuenta en la nota final. Se evitarán, según él, dramas como el de esa pobre
estudiante extranjera que lloraba al no entender el examen de arte que le
pusieron en la PAU
porque “había sido educada en el ateísmo”, de donde se deduce la estúpida idea
de que los ateos no estamos capacitados para entender el arte.
También se alegra de la
supresión de la asignatura ‘Educación para la ciudadanía’ porque, argumenta,
enseñaba los valores morales y culturales fuera del contexto de la religión
cristiana, lo cual es cierto. Pero lo que no sabe este hombre es que los
valores que se enseñan en esa asignatura suprimida no son los cristianos sino
los democráticos y su contexto es la Constitución que se fundamenta, no en el dogma
religioso, sino en los Derechos Humanos. Porque, si algo enseña la historia es
que la barbarie no se combate con religión -que más bien la crea, porque se
basa en el dogma que es excluyente- sino con la democracia que, al basarse en
la razón dialogante, permite el entendimiento y la convivencia.
Respecto a la necesidad de que
los estudiantes conozcan la tradición cristiana, no hay ninguna duda. Pero no
han de ser los curas o los profesores nombrados por los obispos los encargados
de tal misión, porque darán, obviamente, a esa enseñanza un sesgo
ideológico-doctrinario que no se corresponde con el carácter laico que debe
presidir toda relación pública en un sistema democrático. ¿Nos liberaremos
alguna vez los españoles de nuestro pasado fundamentalista?
Gijón, 17-6-2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario