Acepto la
amable invitación de una columnista habitual de este diario, y comentaré una
frase que escribe en su último artículo; es la siguiente: “Querría que de una
buena vez se olvidaran los odios pasados, lo malo que hicieron unos y los otros
y se recordara lo bueno. Que se reconstruyera desde el perdón”.
Aparte de que
creo que no es posible separar lo bueno de lo malo de nuestros recuerdos,
tampoco sería conveniente. Porque, entre otras cosas, supondría repetir los
mismos errores. Existen excelentes publicaciones sobre el tema, pero citaré
sólo un artículo de Amalio Blanco publicado recientemente en la prensa (‘El
País’, 31 de diciembre) con el título, precisamente, de ‘El deber de la
memoria’. En él, después de recordar que el régimen fascista del general Franco
ejecutó a 192.684 personas entre 1939 y 1944, dice textualmente: “Es necesario
hacerlo (recordar el pasado) porque no queremos que el silencio siga degradando
a las víctimas inocentes, porque sabemos que callar es condenar injustamente
dos veces, porque no es lícito volver a matar a los muertos, porque olvidar es
mancillar la dignidad de las personas. El silencio es la tortura de la memoria,
lastima recuerdos en carne viva, esconde la herida bajo una capa de miedo, y la
alimenta de una pócima inmunda formada por el resentimiento, el odio y la
desconfianza. El silencio es psicológicamente insano porque ahoga la expresión
emocional, esconde un dolor que necesita salir a la superficie para poder
orearse e iniciar así el camino de su redención”.
Gijón, 1-1-2004
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