Leyendo el artículo “La II República (1931-1936)”
de Pedro González, publicado por este periódico el 21 de mayo, uno no puede
menos que remontarse 40 o 45 años atrás en el tiempo cuando la propaganda
franquista repetía machaconamente la misma cantinela: lo nefastos que habían
sido los rojos (en este saco se metía a todos los que no comulgaban con el
régimen) y la suerte que tuvo España al contar con el ‘Invicto Caudillo’ que la
liberó de las garras del mal. Afortunadamente las cosas han cambiado mucho
desde entonces, siendo una de ellas, no menor, la libertad que tenemos para
conocer la Historia. Es
por ello por lo que todo aquél que se haya interesado en la misma sabe de la
manipulación que hace este señor de los hechos.
La argumentación del señor
González se desmonta situando el análisis en su justo contexto: la constatación
de que la democracia y todo lo que ella representa no fue un regalo que alguien
concedió graciosamente a los hombres, sino una conquista llevada a cabo por
estos con tremendos sacrificios y, por supuesto, errores. Es desde esta
perspectiva desde donde debemos hacer el seguimiento de la Historia para conocer las
esperanzas, luchas, logros y fracasos de tantos y tantos antepasados nuestros.
Podremos entender así por qué España quedó descolgada del resto de Europa en
tales conquistas e identificar a los enemigos de la democracia, tanto los
pretéritos como los actuales que son muchos, entre ellos los que usan la
palabra para tergiversar como es el caso que nos ocupa.
Conocer la verdad de la República y su brutal
aniquilamiento es un compromiso histórico que tenemos contraído con los miles
de mujeres y hombres, víctimas inocentes de la barbarie y esta sociedad
evidenciaría una enorme miseria moral si no reivindicase su memoria y
honorabilidad.
Gijón,
21-5-2006
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