Hace unos
días hemos vuelto a contemplar las duras imágenes de docenas de cadáveres
desfigurados de emigrantes subsaharianos diseminados por las playas de nuestro
litoral. Supongo que, aparte de algún sentimiento de piedad -puede que ni eso-
el hecho no nos haya merecido ninguna reflexión, hasta tal punto este sistema
neoliberal nos ha vuelto insensibles y resignados -y también impotentes- a
aceptar el nuevo orden establecido. Pero, a poco que nos interesemos por las
causas de tales tragedias encontramos explicaciones tan directas y claras como
las que expongo a continuación.
España
destinó en 2002 el 0,26% de su PIB a la ayuda oficial al desarrollo, un
porcentaje ligeramente inferior al de hace una década y muy lejos del 0,7%
estimado necesario por los países desarrollados. Pero, además de la manifiesta
racanería de este Gobierno, nos encontramos con el miserable criterio con el
que se establecen estas ayudas. Las donaciones al África subsahariana, azotada
por las hambrunas, las guerras y el sida, se redujeron a la mitad desde 1997 a 2001. Además no les
perdonamos ni un céntimo. En 2001 y 2002, tres de los países más míseros del
planeta, Etiopía, Camerún y Uganda, tuvieron que devolver a España como
reembolso de créditos que les habían sido otorgados años atrás 23,5 millones de
euros mientras que ingresaron 3,6 millones como donaciones de nuestro país. Por
el contrario, países como Afganistán, Pakistán e Irak, que obsesionan a
Washington, han pasado a figurar entre los primeros receptores de la ayuda
española.
Finalmente,
hay que destacar el papel preponderante que se asigna al ejército en tareas
humanitarias (cuya eficacia y adecuación son más que discutibles) en detrimento
de otros instrumentos más válidos en la lucha contra la pobreza.
Gijón,
8-11-2003
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