lunes, 4 de agosto de 2014

Ante la muerte de Suárez


La muerte de Adolfo Suárez, sin duda la figura más destacada de la Transición española, debe servirnos en primer lugar para manifestar nuestro reconocimiento hacia su persona por los extraordinarios servicios prestados a la nación. Pero resulta también obligado hacer un balance de lo ocurrido en aquél crítico momento histórico y su posterior evolución.
Viví la Transición sintiendo la emoción del cambio, no sólo en su faceta dramática –hubo cerca de 600 muertos-, sino también en su dimensión esperanzadora. Era la esperanza que iluminaba los corazones de miles de españoles en aquellos días. La esperanza de que, al fin, salíamos del túnel del tiempo y avanzábamos hacia la democracia. Una democracia que veíamos con sana envidia en los países europeos y que les había conducido al Estado de bienestar y las libertades de las que aquí carecíamos por completo. Sentíamos los españoles que íbamos a pasar de ser súbditos a ser ciudadanos, con libertad, por tanto, para participar en la vida pública y lograr mayores cotas de bienestar, justicia social y felicidad.
Pero, hoy, 30 años más tarde, constatamos que aquellas expectativas se convierten en fracaso y frustración. La democracia se jibaraza hasta casi desaparecer. En los años que sucedieron a la Transición no hemos sabido aprovechar y desarrollar la ingente labor que los españoles de entonces, con Suárez a la cabeza, pusimos en marcha. La conclusión que podemos sacar es que la democracia hay que conquistarla día a día; de lo contrario, se pierde.


                                                     Gijón, 25-3-2014   

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