Si en ‘Religión (I)’ el señor
Fernández me relacionaba con el fascismo y el comunismo, en ‘Religión (II)’ rebaja
la crítica y atribuye a prejuicios mi opinión sobre que no debemos confundir fe
y razón, ya que, a mi entender, ambas tienen distinta naturaleza: la primera
relacionada con el sentimiento y la subjetividad y la segunda con el
conocimiento y la objetividad. De esta constatación deducía yo algo obvio: que
la razón debe ocupar el ámbito de lo público porque existe la esperanza de que
en ese campo todos podremos entendernos, condición ésta imprescindible si
pretendemos convivir en paz. Por contra, en el mundo de los sentimientos (y
aquí podemos incluir tanto los sentimientos religiosos como los identitarios,
tan en boga últimamente), dado el carácter subjetivo de los mismos, el
entendimiento es imposible.
Históricamente, al hombre le ha
llevado siglos aprender esta lección. Fue en Europa y se produjo
fundamentalmente en dos fases: en el Renacimiento, época en la que el foco de
atención pasa de Dios al ser humano y en la Ilustración en donde
la razón sustituye a la fe en las relaciones públicas. De aquí nace, precisamente,
el Estado moderno, de carácter constitucional y laico. España, como se sabe, ha
tenido la desgracia de ir a la cola en tales cambios y me temo que seguimos
rezagados.
Respecto al papel desempeñado
por la Iglesia
católica en la historia de España está perfectamente documentado por lo que me
remito a los libros (de los historiadores, no de los historietógrafos).
Finalmente, entiendo que el
respeto que se ha de sentir por las creencias de los demás no impide la defensa
del carácter laico y aconfesional con el que se deben establecer las relaciones
en el ámbito de lo público, tal como define la Constitución.
Gijón, 27-1-2007
No hay comentarios:
Publicar un comentario