Quedaron muy sorprendidos el aparato
del PSOE (dirigentes y cargos, tanto orgánicos como institucionales) y sus
voceros mediáticos por la victoria incontestable de Pedro Sánchez. El motivo de
la sorpresa se debe al hecho de que fueron las bases del partido, los simples militantes,
los que culminaron con éxito una rebelión en toda regla. Se comprende que les
resulte insólito, pues durante décadas este partido contó con una militancia sumisa,
fiel y entregada. Pero ahí está precisamente el quid de la cuestión. Los
militantes despertaron de su letargo y se percataron de que lo que hasta estos
momentos les había parecido una virtud –apoyar a sus dirigentes sin fisuras-
era en realidad un vicio –permanecer secuestrados por ellos-.
Para entender este hecho
insólito hay que remontarse muchos años atrás, concretamente al año 1979,
cuando se celebró el 28 Congreso del PSOE. Un Congreso convulso en el que se
produjo un importante cambio en la estrategia política del partido de la mano
de Felipe González. Este cambio, que se conoce como la Tercera Vía (secundado también por los
otros partidos socialistas europeos), consistió en dejar libres a los mercados
para que generasen riqueza con la idea de que fuese luego el Estado quien la
redistribuyese. Para ello era imprescindible desideologizar no solo las bases
del partido, sino a toda la sociedad. Se logró crear riqueza y aumentar el
bienestar de la gente, pero a cambio de anular la capacidad de los partidos
socialistas para constituirse como alternativa al neoliberalismo cuando éste
nos precipitó a la crisis.
Creo que esta es la explicación
de los tiempos convulsos que vive no solo España, sino toda Europa.
Gijón, 31-5-2016
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