3.- Siguiendo el razonamiento de Verena
Stolcke, sintetiza y reflexiona sobre la relación que establece entre sexismo y
racismo en la construcción de la desigualdad en las sociedades de clases.
El sexo hace referencia a la
división genética y fisiológica entre hombres y mujeres. Se puede apreciar
empíricamente, no solo por el aspecto físico (dimorfismo), sino también
genéticamente, por la diferencia de cromosomas (‘X’ e ‘Y’ para los hombres y
‘X’, ‘X’ para las mujeres). El género alude a la construcción cultural que las
distintas sociedades hacen con los individuos en función de la diferencia de
sexos. Así, aparecen los roles de género (el papel asignado a hombre y
mujeres), y la estratificación de género (los diversos status atribuidos a
hombres y mujeres). Consideraciones parecidas, pero en otro ámbito, se pueden
hacer a la hora de distinguir entre el significado de los términos ‘raza’ y
‘etnicidad’.
Verena Stolcke, en su escrito ‘¿Es el sexo para el género lo que la raza
para la etnicidad… y la naturaleza para la sociedad?’ estudia la relación
que hay entre raza, etnicidad, sexo y género y encuentra vínculos entre estos
conceptos que conducen a la estratificación de la sociedad en clases sociales.
Venera afirma que, en la sociedad burguesa, las diferencias sociales han sido
naturalizadas con fines de dominación política y económica y en esa
“naturalización” se produce la intersección entre el trinomio de clase, raza y
género. Pero la autora va más allá y somete a la propia noción de naturaleza a
un examen crítico.
Dicho de otro modo, Verena
examina, por un lado, cómo en la sociedad de clases tienden a legitimarse y a
consolidarse las desigualdades sociales, conceptualizándolas como si estuvieran
basadas en diferencias naturales inmutables y, por otro, cómo estas supuestas
diferencias naturales subyacentes pueden ser ellas mismas construcciones
culturales.
La cuestión principal remite a
la propia “naturaleza” de las diferencias naturales que son dotadas de
significado social en el afán de legitimar las relaciones desiguales de poder.
Para Stolcke la desigualdad de género en las sociedades de clases resulta de
una tendencia histórica típica de la modernidad a “naturalizar” ideológicamente
las desigualdades socioeconómicas que imperan. Esta “naturalización” es un
subterfugio ideológico que tiene como fin reconciliar lo irreconciliable, a
saber, la ilusión liberal de que todos los seres humanos, libres e iguales por
nacimiento, gozan de igualdad de valor y oportunidades, con la desigualdad
socioeconómica realmente existente, en interés de los que se benefician de esta
última. Esta “naturalización” ideológica de la condición social desempeña un
papel central en la reproducción de la sociedad de clases y explica el
significado especial que se atribuye a las diferencias sexuales.
El enfoque marxista según el
cual la lucha de clases tiene una base económica en las relaciones de
producción y los conflictos raciales constituyen manifestaciones ideológicas de
la lucha de clases puede ser reduccionista. Hay pensadores, como Wolpe, que
ponen en cuestión esta noción de las clases como entidades económicas unitarias
con intereses compartidos e insisten en que pueden darse fisuras dentro de
ellas, ya que las clases son construidas no solo por las relaciones económicas
sino también por procesos políticos e ideológicos. Un ejemplo concreto de tales
escisiones lo da la lucha salarial, que puede incorporar, más allá de los
cálculos económicos, criterios tales como la raza y el género. En otras
palabras, concepciones ideológicas y culturales pueden ser utilizadas en
interés de la acumulación de capital y pueden socavar la cohesión de clase. No
obstante, el sistema de producción continúa siendo, en último lugar, la
instancia donde se origina la lucha de clases. Verena sugiere, en cambio, que
el racismo y el sexismo son doctrinas vinculadas y constitutivas de la propia
desigualdad de clases en la sociedad burguesa.
Finalmente, Stolcke aborda el
tema de la revisión crítica que se está haciendo en la actualidad del dualismo
cartesiano (distinción entre naturaleza –que sigue las leyes naturales- y
cultura –creaciones humanas-). Así, señala que la biotecnología, esa zona
“híbrida” donde la “naturaleza” y la “cultura” se encuentran, ha valorizado
enormemente el sexo, en especial el femenino en la medida en que la
investigación genética molecular exige ante todo material reproductivo
femenino, es decir, óvulos y estos son escasos. Este nuevo giro biotecnológico
sugiere pues que, después de todo, el sexo importa. La cuestión pendiente es
cómo.
Uned, Gijón,
10-6-2016
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