Comentario a la
charla-coloquio que, con el nombre ‘Propuestas para el futuro de la educación’,
organizó el PSOE de Gijón (27-11-15)
Mi valoración al acto es el
siguiente:
No defraudó la intervención de
Ángel Gabilondo que, como era de esperar, creó una amplia expectación (la sala
estaba llena a rebosar). El nivel intelectual de su discurso está bastante por
encima de la media de lo que es habitual entre los políticos (lo que se puso de
manifiesto allí mismo con las intervenciones de los otros tres componentes de la mesa). Se nota su
origen del mundo universitario. De su intervención destaco lo siguiente:
Su propuesta de lograr un pacto
de Estado para la Educación (un modelo de Educación pública), en el que
intervengan, no solo las fuerzas políticas, sino también las sociales, es
decir, ha de ser un pacto social, no político. Hay grandes expectativas de que
se logre en la próxima legislatura, porque es lo que demanda masivamente la
sociedad.
Vaticinó que después del 20-D el
panorama político va a cambiar, debido a la fragmentación política, lo que
obligará al diálogo permanente para buscar consensos. Para afrontar este
diálogo, hay que partir de que los socialistas no tenemos toda la razón.
Otro punto importante a destacar
es que sin educación, sin cultura, no saldremos de la crisis. “Una economía sin
educación es una economía sin corazón, de ahí la desigualdad” dijo. Otras ideas
de interés expuestas fueron:
La equidad es compatible con la
calidad y el conocimiento con las habilidades y los valores. La educación es un
valor determinante para la innovación. Creemos en la ciencia como medio para
generar libertad, justicia y riqueza. La importancia de la universidad como
medio para lograr la igualdad (aquí se posicionó en contra de la reducción
universitaria que propugna el PP). Mejorar la valoración y la formación del
profesorado. Carrera docente. El laicismo es tolerancia y respeto a los demás,
lo que conlleva que la religión no sea evaluable. Educación para la ciudadanía.
Al estar la educación transferida a las autonomías, se necesitan programas de
cooperación interterritorial. Educación rigurosa y flexible a la vez (por
ejemplo, se debe poder pasar de la FP a la universidad). Riguroso no quiere
decir rígido (aquí aludió a una cita del maestro Lledó: “la educación no debe
ser pragmatoide”). La necesaria derogación de la LOMCE es algo factible, pues
todos los partidos, excepto el PP, se posicionan en contra. Amor por los
estudiantes y por los profesores (hay que aplaudir, agradecidos, a los
maestros, dijo). Educación universal, no obligatoria. El sistema de enseñanza
español es de los más equitativos del mundo, dijo, aunque tiene defectos como
el del fracaso escolar o que las desigualdades sociales generan graves
discriminaciones en la línea de partida de las personas. El talento está
condicionado socialmente. Hay que corregir la desestructuración social para que
haya una verdadera igualdad de oportunidades. No se educa sólo en el horario
escolar. Los valores son contagiosos.
Como crítica a su discurso, se
podría señalar una actitud excesivamente complaciente hacia todo el mundo,
aunque, bien mirado, no sé si no será más bien una virtud de cara a lograr el
necesario consenso.
De las intervenciones de los
otros tres compañeros de mesa (Adriana, Genaro y Tini) no tomé ninguna nota, ya
que fueron las previsibles y, por tanto, conocidas: pronunciados en clave
electoralista, se centraron en encumbrar lo realizado por el PSOE en materia de
ecuación (según ellos, raya la excelencia) y lo malo, malísimo, que es el PP,
al que se achacan todos los males. Ni sombra de autocrítica. Es decir, su
discurso representa más de lo mismo, lo que evidencia que estos compañeros no
se han enterado de la necesidad del cambio político que está demandando la
sociedad y que resulta imprescindible.
A destacar la intervención de
Tini. Si bien el discurso de Gabilondo fue breve pero intenso, el de Tini fue
largo y tedioso. Comenzó haciendo una valoración positiva de su persona,
contando su vida y milagros desde su infancia (fue hijo de una maestra que le
inculcó el amor por la cultura, dijo), siguiendo el recorrido por sus fases de
estudiante (de perito primero, y licenciado en matemáticas en Santiago,
después), para acabar hablando de sus logros como profesional de la política en
su edad adulta. En definitiva, Tini no necesita abuela que le encumbre, lo hace
él magistralmente. En mi opinión, hizo todo un alarde de mala educación: una
persona pública no debe nunca evaluarse a sí mismo porque lo hará en positivo.
Esa evaluación la tienen que hacer los demás, de ahí la ironía de su discurso.
Otra observación importante del
acto de ayer fue el fraude del propio acto: anunciado como una charla-coloquio,
fue en realidad un acto propagandístico como a los que nos tienen acostumbrados
los partidos, con el protagonismo exclusivo de los políticos (en este caso los
ponentes) y menosprecio de la audiencia (los ciudadanos). Esto a pesar de que
al fondo de la sala había una gran pancarta en la que se podía leer sobre el
título de la charla, -‘Propuestas para el futuro de la educación’-, la
siguiente frase: ‘Diálogos con la
ciudadanía’. El diálogo brilló por su ausencia, pues apenas hubo tiempo
para tres intervenciones por parte del numeroso público que llenaba la sala,
debido a que los ponentes acapararon todo el tiempo (excluyo de esta actitud a
Gabilondo que fue, como dije, breve). Una prueba más de que nuestros próceres
no se enteran de la necesidad del cambio que pasa por una mayor participación
de la ciudadanía en la política.
Yo tuve suerte y fui uno de los
tres que pudieron intervenir, aunque sin tiempo material para exponer mi argumentación,
pues fui cortado radicalmente, eso sí, por el público asistente, lo que prueba
que éste tiene asumido su papel de figurante (feligresía) en estos actos. Otra
clara señal de continuismo. Mi intervención crítica fue la siguiente:
Existe un dicho muy extendido en
la comunidad educativa, que es: “Educa la tribu”, lo que quiere decir que la
enseñanza a los jóvenes (enculturación) rebasa el mero ámbito académico para
extenderse a toda la sociedad (partidos, sindicatos, medios de comunicación,
familias, iglesias, etc.), de ahí la necesidad de preguntarnos qué modelo de
sociedad tenemos y qué valores (enseñanza) transmitimos. Y ahí el diagnóstico
es más bien negativo, porque ésta es ‘La sociedad del espectáculo’ como la
llamó Guy Debort (marxista) o ‘La civilización del espectáculo’, como la
calificó Vargas Llosa (liberal); es decir, una sociedad caracterizada por el
consumismo, el individualismo, la competitividad, la desafección política, la
banalización de la cultura, en una palabra, por el ‘pensamiento único’ (el
neoliberal). Ante este panorama, ¿qué educación estamos transmitiendo?
Dicho esto, está claro que de lo
que se trata es de cambiar el modelo de sociedad y para ello no contamos con
otra cosa que la política (no hay otros medios). Y aquí nos damos de lleno con
los partidos políticos, que son las principales herramientas políticas con las
que contamos. De ahí que tengamos que centrar la mirada en el funcionamiento de
estas instituciones (nosotros, concretamente, en la nuestra, el PSOE). Y qué vemos.
Lo dicen los indignados (y multitud de intelectuales, entre ellos Emilio Lledó,
hace unos días, aquí en Asturias): los partidos no nos representan; la
democracia (gobierno de los ciudadanos), que los ciudadanos nos dimos en la
Transición, se convirtió en partitocracia o politocracia (gobierno de los
políticos). De ahí la necesidad incuestionable de democratizar los partidos
(nosotros al PSOE), pasando el protagonismo (la soberanía) de los políticos a
los militantes. Para que ello sea posible, necesitamos una mayor formación
(cultura) de los militantes (dirigentes y no dirigentes). Y aquí nos
encontramos con la madre del cordero: la palabra cultura no existe en el ámbito
de los partidos políticos. Las Casas del Pueblo son edificios para ejercer
labores de administración y burocracia, pero ni sombra de lo que tienen que
ser: escuelas.
Esta es la intervención que
quise hacer y no pude concluir. No obstante, Gabilondo captó perfectamente lo
que dije (o quise decir), pues en su respuesta me dio la razón. Asumió que la
sociedad, que es la que transmite los valores, es tal como yo la pinté y el
cambio tiene que centrase en el ámbito de la política. De ahí que repitiese
varias veces: somos nosotros los que tenemos que cambiar. No me quedó claro que
se haya entendido así por los presentes.
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