Alguien dijo
alguna vez que los pueblos que olvidan su historia están condenados a
repetirla. No sé quien fue, pero poco importa eso ante la gravedad y la
obviedad del aserto. ¿Realmente no nos preocupa el cómo y el por qué de una de
las más crueles guerras civiles de la historia, la que hemos padecido los
españoles hace poco más de 60 años? ¿Alguien cree que olvidando este pasado lo
conjuramos para que no vuelva? ¿Saben nuestros jóvenes lo que fue el
nacional-catolicismo? Si la respuesta a esta última pregunta es no, podemos
echarnos a temblar porque es muy posible que su negra sombra esté planeando de
nuevo sobre nuestras cabezas.
Por lo que se
refiere a las diferencias sobre nuestro comportamiento respecto a los países de
nuestro entorno se pueden poner múltiples ejemplos, pero citaré dos a modo de
muestra: mientras Francia ha sacado los símbolos religiosos de la escuela
pública para preservar la laicidad de la enseñanza, en España hemos introducido
a la Iglesia Católica
a catequizar a nuestro jóvenes. Ningún dirigente europeo (excepción hecha del
inglés por razones históricas) ha servido incondicionalmente al ‘emperador’
Bush en la guerra de Irak salvo el español, con el agravante añadido que lo
hizo con la rotunda oposición de todos los grupos políticos del Estado y la
opinión en contra de los ciudadanos. (Por si alguien no lo tiene claro, diré
que el concepto de guerra preventiva empleado en Irak es la aplicación del fin
que justifica los medios. El Derecho Internacional roto, pues, en mil pedazos).
Gijón, 7-2-2004
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