martes, 12 de agosto de 2014

¿Valores democráticos o valores religiosos?


Existe una contradicción evidente entre los valores democráticos y los religiosos (me refiero a los que defiende la Iglesia oficial). Se manifiesta de la siguiente manera:
En una democracia la convivencia se establece en base al diálogo y la búsqueda del entendimiento y el consenso entre los ciudadanos. No se puede establecer el diálogo en base a verdades absolutas (dogmas). El diálogo sólo es posible cuando se fundamenta en la razón, el conocimiento, la experiencia, la ciencia, etcétera.
En una democracia el poder (por tanto la palabra, las ideas, las opiniones) reside en el pueblo, es decir, en la base, delegando este poder a determinadas personas que lo ejercen en su nombre. En la Iglesia el poder, las ideas (preceptos en este caso) circulan en sentido inverso: de la cúspide (en la que sitúan al mismo Dios, lo absoluto) a la base. Los miembros de la Iglesia son súbditos que acatan, no ciudadanos que debaten. Sus dirigentes (el clero) no se eligen, se imponen. La falta de democracia llega a tales extremos que se discrimina a la mujer.
Estas contradicciones son fáciles de verificar si contemplamos la historia. La democracia se desarrolló en occidente cuando la religión dejó de ejercer un papel preponderante en la sociedad (en España hubo que esperar hasta ¡1978!).
Finalmente, en la actualidad se comprueba cómo la violencia en las distintas áreas del mundo está en razón directa al grado de influencia de las religiones en sus sociedades. Véase el islamismo en algunos países árabes o el fundamentalismo religioso de la Administración de Bush.
La conclusión lógica que se deriva de esto es que en una democracia la religión ha de ocupar el espacio privado en la vida de las personas, tal como defienden muchos partidos políticos, no el público.


                                                                      Gijón, 4-11-2004

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