Hay sucesos, hechos puntuales,
que objetivamente contemplados son similares a otros muchos, pero
subjetivamente alcanzan una importancia extraordinaria, como consecuencia de
las circunstancias o el entorno en donde se producen. Tal es el caso del
muchacho italiano, Carlo Giuliani, muerto en las manifestaciones
antiglobalización de Génova. Fue una víctima más de la violencia entre las
miles que hay a diario en el mundo, pero, al haber ocurrido en el lugar que en
ese momento era el centro de atención de prácticamente la mitad de la
humanidad, lo convierte en un hecho de singular relevancia.
Hay una cosa que llama
poderosamente la atención. Es el contraste entre este imprevisto e infortunado
protagonista de la cumbre de los poderosos de la Tierra y de los otros protagonistas
ya previstos. Me refiero a los ocho grandes. Aquél, joven, 23 años, con poca
experiencia por tanto en la vida, pero ya con la suficiente como para percibir las
tremendas injusticias sociales del mundo y luchar para combatirlas hasta morir.
Estos, mayores, poderosos, seguros, con la sonrisa del ganador, los chistes,
los atuendos, los gestos, el discurso calculado, políticamente correcto. Todo
medido y estudiado para dar la imagen de seguridad ¡Todos tranquilos! ¡Todo
está bajo control! Pero, ¿qué es lo que está bajo control? ¿Los miles y miles
de seres humanos que viven en la más absoluta miseria y cuyo porvenir es cada
vez más negro, o una minoría de la población que se hace cada vez más y más
rica, acaparando la mayor parte de los bienes producidos? (por dar algún dato
diré que el 20% más desfavorecido sobrevive con un 1,4% de la riqueza del
mundo. La diferencia entre unos y otros era de 30 a 1 en 1960; 61 a 1 en 1991 y 82 a 1 en 1995). ¿Cuánto
tiempo tiene que pasar para que la humanidad reaccione y señale a estos
poderosos como los verdaderos responsables de tanto sufrimiento y cuestione sus
políticas? Un individuo nada puede hacer, pero la suma de individuos moviéndose
en una dirección, en la dirección que lleva a la superación de las injusticias
sociales y al reparto equitativo de los bienes entre todos los hombres, pueden
cambiar las cosas.
Creo que esta es una de las
posibles reflexiones que deberíamos hacer de este trágico y conmovedor suceso.
Gijón, 8-8-2001
No hay comentarios:
Publicar un comentario