viernes, 15 de agosto de 2014

Una víctima


Hay sucesos, hechos puntuales, que objetivamente contemplados son similares a otros muchos, pero subjetivamente alcanzan una importancia extraordinaria, como consecuencia de las circunstancias o el entorno en donde se producen. Tal es el caso del muchacho italiano, Carlo Giuliani, muerto en las manifestaciones antiglobalización de Génova. Fue una víctima más de la violencia entre las miles que hay a diario en el mundo, pero, al haber ocurrido en el lugar que en ese momento era el centro de atención de prácticamente la mitad de la humanidad, lo convierte en un hecho de singular relevancia.
Hay una cosa que llama poderosamente la atención. Es el contraste entre este imprevisto e infortunado protagonista de la cumbre de los poderosos de la Tierra y de los otros protagonistas ya previstos. Me refiero a los ocho grandes. Aquél, joven, 23 años, con poca experiencia por tanto en la vida, pero ya con la suficiente como para percibir las tremendas injusticias sociales del mundo y luchar para combatirlas hasta morir. Estos, mayores, poderosos, seguros, con la sonrisa del ganador, los chistes, los atuendos, los gestos, el discurso calculado, políticamente correcto. Todo medido y estudiado para dar la imagen de seguridad ¡Todos tranquilos! ¡Todo está bajo control! Pero, ¿qué es lo que está bajo control? ¿Los miles y miles de seres humanos que viven en la más absoluta miseria y cuyo porvenir es cada vez más negro, o una minoría de la población que se hace cada vez más y más rica, acaparando la mayor parte de los bienes producidos? (por dar algún dato diré que el 20% más desfavorecido sobrevive con un 1,4% de la riqueza del mundo. La diferencia entre unos y otros era de 30 a 1 en 1960; 61 a 1 en 1991 y 82 a 1 en 1995). ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que la humanidad reaccione y señale a estos poderosos como los verdaderos responsables de tanto sufrimiento y cuestione sus políticas? Un individuo nada puede hacer, pero la suma de individuos moviéndose en una dirección, en la dirección que lleva a la superación de las injusticias sociales y al reparto equitativo de los bienes entre todos los hombres, pueden cambiar las cosas.
Creo que esta es una de las posibles reflexiones que deberíamos hacer de este trágico y conmovedor suceso.


                                                            Gijón, 8-8-2001 

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