Hay veces que unos determinados
hechos resultan especialmente reveladores de la realidad en que vivimos. Tal
ocurrió en días pasados cuando desde tres ámbitos diferentes, otros tantos
actores de índole diversa se combinan con un mismo propósito: desprestigiar al
Gobierno de Zapatero. Los agentes fueron: un delincuente encarcelado, habitual
traficante de drogas y explosivos, pendiente de juicio por colaboración en el
atentado del 11-M, para el que piden más de 3000 años de cárcel, un periódico
amarillista, “El Mundo”, que publica la última versión de la citada persona
sobre el acto terrorista, abonando la delirante teoría conspirativa contra el
Gobierno de Aznar y un partido político, el PP, que no duda en utilizar el
esperpento mediático para su campaña de implacable acoso al Gobierno. Para ello
utiliza la institución más digna de la nación, el Parlamento, donde el portavoz
popular exige una vez más conocer la verdad y Rajoy afirma que “la gente quiere
saber todo lo relacionado con la autoría (del atentado), que en estos momentos
no sabemos”.
La gente preocupada de veras por
saber la verdad la hemos conocido durante los tres dramáticos días que van
desde el 11-M al 14-M del 2004 y esa verdad no fue otra que la constatación de
que el anterior Gobierno utilizaba cínicamente el atentado con fines
partidistas. Ello le costó al PP el poder. En los dos años y medio
transcurridos desde entonces las investigaciones realizadas desde frentes diversos
no han hecho más que confirmar esa verdad.
Estos hechos ponen en evidencia
una de las mayores servidumbres de la democracia: el uso de la libertad para
hacer la política del “todo vale”. Sólo la sanción del pueblo en las urnas
puede impedir adentrarse por derroteros tan negativos.
Gijón, 16-9-2006
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