Con la muerte en días pasados de
Margaret Thatcher se pone fin al ciclo vital de la troika que, al filo de los
80 del pasado siglo, puso en marcha lo que se conoce como la revolución
conservadora. Los otros dos miembros fueron Reagan y el papa Wojtyla. Pero su
desaparición física no supone, ni mucho menos, el fin de la política que
iniciaron y que hoy tiene la fuerza de un tsunami: el neoliberalismo. De
aquellos polvos, estos lodos. De aquel inicio, caracterizado por la imposición
de los fundamentalismos: el económico, que sacraliza los mercados; el político,
que repudia lo público; el social, que demoniza a los pobres; y el religioso,
que recupera el dogma cristiano, llegamos a la inmensa crisis de la que no se
vislumbra la salida.
Lo que caracteriza a estos tres
líderes no es que fueran unos visionarios capaces de señalar un camino, sino
que interpretaron correctamente la preferencia de la mayoría electoral
satisfecha. Ésta es la tesis defendida por el economista John Kenneth Galbraith
en su libro ‘La cultura de la satisfacción’. Percibe este autor la sociedad dividida
en tres clases: el tercio de los muy ricos, el de los muy pobres y el
intermedio que vive bien. El posicionamiento de este grupo respecto a los
contiguos resulta políticamente determinante, siendo la realidad que se
solidariza con los ricos en lugar de con los pobres. Si bien esta postura, vista de manera egoísta,
es comprensiva (a todos nos gusta vivir bien), resulta que, más a la corta que
a la larga, sus consecuencias serán (ya lo son) desastrosas para todos.
Gijón, 10-4-2013
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