Es bien sabido que el ser humano
dispone de la palabra para definir, nombrar, conocer la realidad y la verdad.
Filósofos hubo, como Wittgenstein, que limitaban el conocimiento humano al
lenguaje, de tal manera que fuera de éste no hay seguridad de que exista nada.
Pero es igualmente sabido que la palabra puede usarse para todo lo contrario:
manipular, engañar, tergiversar. Es más, creo que abunda más de lo segundo que
de lo primero. Tal como denuncia Vargas Llosa en su obra ‘La civilización del
espectáculo’, vivimos en una sociedad en la que se banaliza la cultura. Las
palabras pierden su sentido y se usan, no por su significado, sino por
intereses particulares.
Un ejemplo de lo último se da en
el título del artículo publicado en este periódico el día 19 de junio: “Desde
Asturias: Dios salve al rey”. Lo firma el señor arzobispo de Oviedo. Sin entrar
a valorar el propósito de Dios de salvar o no al rey, las palabras “Desde
Asturias” suponen una manipulación de la realidad, porque da por hecho que
Asturias, es decir, los asturianos aclamamos al nuevo rey, lo cual es falso. Le
puedo asegurar al señor arzobispo que ni los votantes de Podemos, ni los de IU,
ni siquiera los del PSOE (estos aceptan la monarquía como mal menor) subscriben
el enunciado del artículo; y, sumados todos, pueden representar la mayoría.
Otra falsedad que encierran
estas palabras es la pretensión de su autor de arrogarse la representación de
los asturianos. Ni siquiera el presidente del Principado lo haría, consciente
de que en este caso no representa el sentir de todos. A lo más que puede
representar el señor arzobispo es a los creyentes católicos. Incluso, creo que
ni eso, pues, al no haber sido elegido por ellos, sino por la cúpula
eclesiástica, puede decirse en propiedad que representa el sentir de ésta. Las
palabras justas para definir esta realidad son: “Desde el arzobispado de
Asturias: Dios salve al rey”.
Gijón, 20-6-2014
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