El origen se sitúa en la década
de los 80 cuando Reagan y Thatcher ponen en marcha las políticas neoliberales
de los últimos 30 años. Consecuencia de las mismas fue el desigual reparto de
la renta. Mientras en ese tiempo el Producto Interior Bruto se duplicó, la
clase trabajadora no se benefició del aumento de la riqueza que pasó
íntegramente a engrosar las rentas del capital. La falta de demanda, que esta
política produjo, se resolvió facilitando el crédito por parte de las entidades
financieras privadas a las empresas, a los particulares, incluso a los Estados
(deuda pública). Los intereses obtenidos concentraron aún más inmensos
capitales que, no obteniendo ya beneficios en la economía productiva, se
derivaron a actividades especulativas. Consecuencia de ello fueron las hipotecas
basura (créditos a personas insolventes), las burbujas de todo tipo
(inmobiliarias, financieras…), las agencias de calificación, los paraísos
fiscales, etc. Finalmente, como no podía ser de otra manera, las burbujas
estallaron y los bancos, los fondos de inversión y el resto de los
especuladores se encontraron con que no podían cobrar las inmensas fortunas
prestadas. La solución aplicada por los gobiernos, todos de corte neoliberal,
fue traspasar dinero público (es decir, nuestro), en cantidades astronómicas, a
las entidades financieras para sanearlas, con lo que los Estados, además de no
poder mantener el gasto público (el destinado a los servicios sociales),
quedaron profundamente endeudados.
Así las cosas, se decide que la
culpa de todo la tienen los ciudadanos que actuaron alegremente (usted, amable
lector que se pasó su vida trabajando con contratos basura) y, consecuentemente,
se aplican las políticas de austeridad que consisten en aumento del paro, más
precariedad laboral, pérdida de servicios sociales, empobrecimiento general,
exclusión, etc.
Pero si el disparate descrito es
grande, hay aún otro mayor: el ciudadano, que es la víctima, no solo permanece
indiferente, sino que apoya mayoritariamente la política de estos atracadores.
¿Cuánto más se tiene que deteriorar la situación para que haya una respuesta? Existen
libros que informan debidamente de estos hechos. Cito uno: “Hay alternativas” de
Vicenc Navarro, entre otros autores. El rearme cultural precede a la reacción
política.
Gijón,
1-2-2012
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