El pasado uno de mayo se celebró
la habitual fiesta del trabajo que, como siempre, tuvo un marcado carácter
reivindicativo. La elevada asistencia de ciudadanos a las manifestaciones está
más que justificada por el grave deterioro de los derechos de los trabajadores,
siendo este colectivo uno de los más castigados por la crisis.
Existe, no obstante, el riesgo
de que estos actos se conviertan en un ritual con el que hay que cumplir año
tras año por tradición o costumbre. Puede pasar algo parecido a lo que ocurre
con las procesiones de Semana Santa, con la diferencia de que, en lugar de ir
detrás de un santo, se va detrás de una pancarta. Si es así, estas
manifestaciones tendrán poco valor a efectos de transformar las condiciones
laborales.
Algo parecido ocurre con los
mensajes que figuran en las pancartas y emiten los líderes sindicales. “Sin
empleo de calidad no hay recuperación. Más cohesión social para más
democracia”, dice la pancarta que encabezó la manifestación de Mieres. La
obviedad de estos asertos es indudable, pero ¿quién hará realidad los objetivos
de empleo de calidad y de cohesión social? A estas alturas de la historia se
sabe que no serán los políticos actuales, de uno u otro signo, los que lo
logren. Han de ser los propios ciudadanos los agentes del cambio. Sin embargo,
parece que nadie transmite esta idea. Los mensajes que emiten los líderes
sindicales, del tipo “La dignidad se defiende en la calle”, resultan equívocos por
cuanto, en una democracia, la acción política –y la consiguiente conquista de
la dignidad- no se hace en la calle, sino en las instituciones (partidos y
sindicatos mayormente). La calle para lo único que sirve es para manifestar la
protesta, el enfado y la indignación, pero no para hacer política.
Gijón, 2-5-2014
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