Hacer esta
pregunta es pertinente al menos por dos razones: una, porque creo que el
franquismo no sólo no ha muerto, sino que goza de buena salud y dos, porque, al
estar disfrazado de demócrata, permanece oculto. En todo caso está actuando y
condicionando la vida de los españoles.
Como se sabe,
en el periodo de la transición que se abre en España a la muerte del dictador se
optó por la reforma y no por la ruptura que era la otra alternativa que
entonces se barajó. Si bien esta vía sirvió para sacar adelante la democracia
institucional, empresa harto difícil por aquél entonces, supuso también que se
corriese un tupido velo sobre el despótico régimen que tuvo que soportar España
durante casi 40 años.
De resultas
de todo ello en este país se impuso el silencio y el olvido, como si nada
hubiese ocurrido. Hasta tal extremo ha llegado esta clamorosa inhibición que
han tenido que pasar casi 30 años desde la muerte de Franco para que colectivos
de ciudadanos procedan a desenterrar los cadáveres que el impío régimen había
dejado por las cunetas.
Este hecho,
que pasa social y políticamente desapercibido, como si no fuera real, tiene tal
trascendencia que es, en mi opinión, clave para entender los graves déficit
democráticos del país, desde la desafección ciudadana por la política a la
inoperancia de los partidos, desde el cinismo, la prepotencia e impunidad de la
conducta del Gobierno y su partido a la corrupción política.
De aquí
habría que sacar una conclusión importante: tenemos una asignatura pendiente:
conocer, para comprender, nuestro pasado más inmediato. No se trata de renovar
odios o venganzas, sino recuperar la memoria histórica. Creo que éste fue el
gran error de la izquierda de este país, el motivo principal de su fracaso.
Gijón, 23-8-203
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