jueves, 14 de agosto de 2014

¿Ha muerto el franquismo?


Hacer esta pregunta es pertinente al menos por dos razones: una, porque creo que el franquismo no sólo no ha muerto, sino que goza de buena salud y dos, porque, al estar disfrazado de demócrata, permanece oculto. En todo caso está actuando y condicionando la vida de los españoles.
Como se sabe, en el periodo de la transición que se abre en España a la muerte del dictador se optó por la reforma y no por la ruptura que era la otra alternativa que entonces se barajó. Si bien esta vía sirvió para sacar adelante la democracia institucional, empresa harto difícil por aquél entonces, supuso también que se corriese un tupido velo sobre el despótico régimen que tuvo que soportar España durante casi 40 años.
De resultas de todo ello en este país se impuso el silencio y el olvido, como si nada hubiese ocurrido. Hasta tal extremo ha llegado esta clamorosa inhibición que han tenido que pasar casi 30 años desde la muerte de Franco para que colectivos de ciudadanos procedan a desenterrar los cadáveres que el impío régimen había dejado por las cunetas.
Este hecho, que pasa social y políticamente desapercibido, como si no fuera real, tiene tal trascendencia que es, en mi opinión, clave para entender los graves déficit democráticos del país, desde la desafección ciudadana por la política a la inoperancia de los partidos, desde el cinismo, la prepotencia e impunidad de la conducta del Gobierno y su partido a la corrupción política.
De aquí habría que sacar una conclusión importante: tenemos una asignatura pendiente: conocer, para comprender, nuestro pasado más inmediato. No se trata de renovar odios o venganzas, sino recuperar la memoria histórica. Creo que éste fue el gran error de la izquierda de este país, el motivo principal de su fracaso.


                                                                              Gijón, 23-8-203

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