Estos días ha estado en el candelero en los medios
de comunicación la muerte de dos jóvenes en Málaga por efecto de las drogas de
diseño llamadas “éxtasis”. Los padres de estos chicos, en su justa indignación,
piden responsabilidades. Pero, ya se sabe, la culpa es soltera y nadie se da
por aludido. Se hablará durante un tiempo sobre el tema hasta que deje de
interesar y se ponga de moda otra cosa. Al final, como siempre, todo se
reducirá a palabrería sin que se saque ninguna consecuencia práctica que sirva
para tomar medidas realmente eficaces. Sin embargo, sobre este asunto, como
sobre otros importantes, se puede y se debe hacer un análisis serio y suscitar
un debate en la sociedad que nos lleve a identificar las verdaderas causas del
mal. En esta línea va dirigida mi carta.
En primer
lugar, se puede relacionar este hecho con otros que tienen la misma raíz, como
pueden ser el tema del “botellón”, también actualmente en boga, o la
indisciplina en los institutos, o el fracaso escolar, etcétera. Son formas
diferentes de manifestarse un mismo problema que incide sobre un mismo
colectivo: la juventud. ¿Qué les pasa a nuestros jóvenes?
También llama la atención su falta de
compromiso social, su apoliticismo, su consumismo. La explicación que yo le doy
es que los jóvenes son como un espejo donde se refleja nítidamente nuestro
sistema de vida, lo que se ha venido en llamar globalización, son consecuencia
clara del sistema de valores imperante: el pensamiento único. En los
últimos años se viene denunciando, a nivel mundial, por parte de un sector de
la sociedad los errores y contradicciones en que incurre el sistema neoliberal
que se impone, al parecer, de forma inexorable, (desigualdades económicas
crecientes, guerras devastadoras, deterioro ecológico, y un largo etcétera).
Sin embargo hay alternativas, se trata de la democracia. Esto puede parecer una
incongruencia puesto que todos nos consideramos demócratas y todos los
políticos sin excepción se proclaman defensores de la democracia. Sin embargo -y
ésta es en mi opinión la clave de todo- esta globalización se hace pasar por
democrática pero no lo es. Se trata de una democracia formal, institucional,
reducida a ritos, como las elecciones, pero el verdadero contenido de la
democracia, el fundamento de la misma, la participación responsable de los
ciudadanos en los asuntos públicos, está reducida a la mínima expresión. Véase,
por ejemplo, lo que pasa en las empresas: los trabajadores no participan en la
política laboral de las mismas, bien porque se les excluye (contratos basura),
bien porque se excluyen (apoliticismo).
Volviendo al
punto de partida, el problema de la juventud se resolverá en la medida en que
resolvamos el modelo de convivencia, o lo que es lo mismo en la medida en que
recuperemos los verdaderos valores éticos y culturales de la democracia, que no
tienen que ver, por cierto, con la cultura de la meritocracia propuesta por
políticos de distinto pelaje y que conduce al individualismo, la competitividad
y la insolidaridad actuales, sino con el compromiso radical de los ciudadanos,
empezando por los políticos, con sus derechos y sus deberes, iguales para
todos, con la cultura, con la participación y las responsabilidades cívicas,
con la colaboración, la confianza y el respeto por los demás, con la verdadera
democracia en definitiva.
Gijón, 31-3-2002
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