El triunfo del ‘no’ en el
referéndum para la aprobación de la Constitución europea en Francia y Holanda
acrecienta la desorientación y el descontento de los europeos. En ambos países
se ha puesto de manifiesto el divorcio que hay entre la mayoría de los
ciudadanos por un lado, y las organizaciones políticas y las instituciones
públicas que los representan por otro, que hicieron mayoritariamente campaña
por el ‘sí’. Ello evidencia una realidad que hace tiempo se viene percibiendo:
la crisis de la democracia en el mundo.
Si bien es cierto que es difícil
de identificar a primera vista las causas de la negativa, pues el ‘no’ provino
de sectores políticos tan dispares como la extrema derecha de Le Pen, la
extrema izquierda, pasando por los movimientos antiglobalización (ATTAC), etcétera, creo que hay
un denominador común que está en la base del descontento: el rechazo del
neoliberalismo económico que amenaza con destruir el estado de bienestar
alcanzado por Europa en los últimos años.
Conocida la causa, el siguiente
paso sería buscar la solución que pasaría por modificar el rumbo tomado por la
globalización económica que lidera, como se sabe, EE UU y que acrecienta las
diferencias entre pueblos y ciudadanos.
Esto, que es fácil de decir, es
tan difícil de realizar que, hoy por hoy, no se vislumbran posibilidades de
cambio y ése es el verdadero problema. Pues ya lo dijo Vidal-Beneyto: “sólo se
destruye lo que se sustituye”. Es decir, para destruir el sistema neoliberal
imperante es necesario aglutinar todas las fuerzas que se oponen en torno a una
alternativa eficaz que lo desplace y hoy eso no se da.
¿Será una nueva Constitución
europea, a la que aboca esta negativa, la que sea capaz de unir a los
ciudadanos que decimos: “otro mundo es posible”?
Gijón, 4-6-2005
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